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Carta al cura párroco de San Juan Bautista de Mieres

22 de Noviembre del 2011 - Luis Miguel Campomanes Gutiérrez (Gijón)

Estimado D. José Luis:

El pasado lunes día 14, tuve ocasión de mantener una breve conversación telefónica con usted con motivo del fallecimiento de mi padre y de la celebración del funeral de cuerpo presente que se iba a oficiar en su parroquia aquella misma tarde. Tras presentarme como hijo del difunto, le solicité autorización para que un grupo coral pudiese acompañar la ceremonia mediante la interpretación de dos o tres temas religiosos, pues tenían gran interés en estar cerca de mi familia en los momentos de dolor por los que, inevitablemente, se atraviesa cuando se pierde a un ser querido. Y digo que la conversación fue breve porque su respuesta se limitó a tres frases: no se canta en esta iglesia, no voy a hacer ninguna excepción y adiós, buenos días. Mi primera impresión fue de sorpresa, a lo que siguió una considerable tristeza que devino en la indignación que quiero hacer patente, de la forma más correcta posible, a través de estas palabras.

A lo largo de mi vida he asistido a multitud de ceremonias religiosas, muchas de ellas para despedir a algún ser querido o conocido. En demasiadas ocasiones quizás hemos seguido por televisión las honras fúnebres de personas de relieve o, con gran tristeza, las despedidas de personas abatidas por el terror o la guerra. En casi todas ellas la música interpretada en vivo forma parte indisoluble de la belleza y emoción del rito sacramental. ¿Por qué se niega a que en su iglesia entre la misa cantada? ¿A quién se ofende? Sinceramente, no creo que injurie a Dios la interpretación de un bellísimo «Ave María», o de un emocionante «O Sacrum Convivium», o del inigualable «Panis Angelicus». Es más, creo que han sido creadas, precisamente, con el fin de ser interpretadas para emoción de los feligreses, que son los verdaderos dueños de su iglesia. En ningún momento me preguntó por el repertorio que se iba a interpretar, tan sólo se negó, y punto. Me hubiera gustado contarle que, una vez perdidas el resto de capacidades, la música formaba el único nexo de comunicación de mi padre con la realidad de este mundo. Me hubiera gustado proponerle que esa música le acompañase en su camino hacia el cielo. Pero no pudo ser.

Tras los primeros momentos de sorpresa, me sentí culpable por no haber sabido expresarle la relevancia del grupo que pretendía acompañarnos, pero no tuve tiempo. Lo tajante de su negativa me lo impidió. Muchos de sus colegas han tenido la generosidad y la oportunidad de escuchar una música que, cantada con sentimiento y respeto, emociona. Templos de Oviedo, Gijón, Avilés, Lugones, Trubia, Bilbao y un largo etcétera lo atestiguan. Pero aún recuerdo, con especial emoción, la misa de doce cantada en julio de este año en la basílica de Covadonga, respondiendo a una invitación del deán; su concierto en la iglesia de St. Andrews de Cambridge (Inglaterra) en junio de 2010 o su intervención en la ceremonia de confirmación celebrada este mismo año en la iglesia de La Fresneda (Siero), presidida ¡qué cosas! por el propio Arzobispo. Por más que reflexiono, no alcanzo a comprender por qué en la Iglesia de todos lo que resulta agradable y bello para muchos se convierte en algo absolutamente rechazable para usted. Su alternativa fue acompañar unas honras fúnebres con música enlatada, manejada de forma casi delirante con un mando a distancia.

Todo esto puede parecer pueril y no dejaría de ser la rabieta de un hijo al que no han dejado que se cante en la misa de su padre, pero no. Tras nuestra breve conversación, y las horas que compartimos en la despedida de mi padre esa misma tarde, mi sorpresa/tristeza se fue convirtiendo en indignación cuando me di cuenta de que no recibí de usted unas simples palabras de condolencia, ni por teléfono ni en persona. Es más, nadie de mi familia, en mi presencia, fue confortado con su consuelo y cariño. Ni en el emotivo momento de la ceremonia en el que nos damos la paz se acercó a mi madre o a nadie de la familia para transmitirnos su pesar. No, D. José Luis, no se trata de cantar o no cantar, se trata de ayudar, con su cercanía, a que un tránsito difícil no se convierta en un mero trámite mecánico y enlatado.

Hace unos meses tuve la desgracia de perder a mi suegra tras una larga enfermedad. Ante la llamada de los servicios funerarios para concretar la hora del funeral, que se iba a celebrar en su parroquia al día siguiente, el cura párroco de la misma se acercó por la mañana hasta el tanatorio para transmitir sus condolencias a la familia y conocer mejor la vida de la fallecida. Facilitó cualquier tipo de expresión musical que, dentro del respeto obligado a la liturgia exigida, se quisiera interpretar, y nos acompañó, con su bondad y cariño, hasta el último momento de la despedida. Son distintas formas de realizar su importante tarea en los momentos difíciles.

No soy quién para juzgar su labor pastoral, que, sin duda, será amplia, intensa y fructífera para los feligreses de su parroquia. Quiero pensar que fue un mal día. Pero si éstas son sus normas, haga usted por cambiarlas, y si éstas son sus decisiones, haga usted por corregirlas.

Atentamente.

Luis M. Campomanes

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