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Quijote versus molinos (cultura versus política)

28 de Noviembre del 2011 - Artemio M. Martínez Tejera y Vanesa Jimeno Guerra (Valladolid)

Desde hace más de cuatro años que en España se vive –como en el resto del mundo, salvo las llamadas «potencias emergentes»– una grave crisis económica. Una vez más, tras el despilfarro llega la época de las vacas flacas. Y esta crisis económica –globalizada y alentada por esos «enemigos invisibles» llamados mercados– viene llenando portadas y cientos de páginas en periódicos y revistas. Y no solo por el número de parados que ha generado, también por haber puesto de relieve el papel caduco de las ideologías y de los políticos del siglo XXI.

Pero venimos a hablar aquí de otra crisis que se vive en España desde muchos años antes. Es más, diría que es un mal endémico de la sociedad española. Sin embargo, esta otra crisis no parece interesarle a nadie. Cierto que lo primero es comer y pagar la hipoteca. Pero no hagamos demagogia, por favor, que «no solo de pan vive el hombre».

Me comentaba el otro día un colega de profesión y además amigo (algo difícil de encontrar en estos tiempos) que los españoles habíamos regresado a la Edad Media. O mejor, que no habíamos salido de ella. Pero esa era nuestra sensación, nuestra impresión personal, tras analizar lo que viene ocurriendo a nuestro alrededor en los últimos años, tanto en nuestro entorno profesional y humano más cercano como a nivel global: la crisis no es solo económica, también es política, social y cultural. Y esta sensación, desgraciadamente, se ha hecho realidad poco tiempo después. Y la hemos vivido en primera persona una colega Historiadora del Arte y yo mismo (los abajo firmantes) tras haber participado en el concurso promovido por el Excelentísimo Ayuntamiento de Gradefes (León), y financiado por la Fundación María Cristina Masaveu Peterson (Oviedo), beca para el estudio histórico del monasterio de San Pedro de Eslonza. Una beca, abierta en pública convocatoria el año 2011, en la que en vez de señalarse un plazo de alegaciones o recursos tras su resolución –como en cualquier otro acto administrativo común– se añade, a modo de colofón, la siguiente observación: «La presentación de una solicitud para las presentes becas (por cierto, que sepamos solo había una en concurso, ¿o es que ya están advirtiendo para las becas que vayan a salir en un futuro?) supone, por parte del candidato, la aceptación expresa de los criterios y decisiones que el Ayuntamiento de Gradefes pueda tomar, de forma definitiva e inapelable, ante cualquier duda interpretativa sobre los requisitos y condiciones enunciados en estas bases o que surja durante la gestión de las becas concedidas».

Señoras y señores, actos como este hablan de la catadura moral de alguno de nuestros administradores, que está, hace ya mucho tiempo, bajo mínimos. Nada que reprochar a esos otros países europeos que «no se fían» de nosotros. Motivos les sobran. En España se vive un claro retroceso, un vez más, en la gestión de la Cultura, con mayúsculas, en la que parece que todo vale. Otra vez nos toca «regresar al pasado», revivir la nefasta figura –como se ha comprobado históricamente– del «político cultural», del político que hace de la Cultura un recurso ideológico de imposición y entretenimiento «a la carta»; del político que pone en bandeja la Cultura a la sociedad a cambio de ser él (el político incapaz) el encargado de elegir el contenido y sus actores. Pero mezclar Cultura y Política, sin más, siempre ha sido una mala mezcla, sobre todo porque la segunda suele depender, por tradición secular en España, de las subvenciones y ayudas que otorgan los políticos y las instituciones u organismos que presiden; por eso recomendamos la lectura, que a su vez nos fue recomendada por otro colega, de la obra de Marc Fumaroli «El Estado cultural (Ensayo sobre una religión moderna)», traducción de Eduardo Gil Bera, Barcelona, El Acantilado, 2007, que no es sino la traducción al castellano de la obra publicada originariamente en 1991. Y no digamos ya en épocas de crisis como la que vivimos ahora... Una mala mezcla sin duda, pero muy rentable ideológicamente. Y también laboralmente, ya que por lo general (y a las pruebas nos remitimos) estos políticos se hacen rodear de profesionales a los que, con su aprobación, convierten en mercenarios de la Cultura, en «controladores culturales» al servicio del político de turno y de las grandes manifestaciones culturales. «Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija» o, dicho de otra manera, la «cultura intervenida y auspiciada».

Lo que nos ha movido a poner el recurso de reposición no solo ha sido la injusticia que pensamos se ha cometido con nosotros (y probablemente con otros concursantes, aunque estos no hayan abierto la boca por miedo), sino por el perjuicio que esta manera de actuar está ocasionando sobre el patrimonio histórico-artístico español, dicho sea de paso, despreciado desde siempre como «yacimiento de empleo» por la iniciativa privada, a diferencia de otros países en los que sí se apuesta por el pasado como fuente de riqueza para el futuro. Lo único que debe importar al político es el objeto de estudio, en este caso el monasterio de San Pedro en Santa Olaja de Eslonza; y después confiar en sus «asesores» para que estos le indiquen la persona o personas más indicadas. Para cualquier estudio relacionado con el patrimonio, el político ha de limitarse a contactar con el mejor especialista que esté a su alcance (aunque en este caso más que ser doctor o tener un máster se ha valorado que tuviese FP en Turismo). Pensamos que no es una convocatoria ni una comisión planteada para beneficiar al edificio, sino a una persona determinada, de la que no conocemos publicaciones científicas al respecto, pero sí su relación contractual con el Ayuntamiento de Gradefes como guía turístico desde 2007 (cuya alcaldesa, por cierto, preside la comisión de valoración de la beca).

No sé si nos entienden ahora de lo que hablábamos al principio. Esperemos que sí. Pensamos que algo está fallando en nuestra sociedad desde hace muchos años y esto está permitiendo que se extienda, como un cáncer, la peor cara de la relación entre política y cultura. Porque, no nos engañemos, la asociación puede ser muy fructífera cuando cada uno ocupa el lugar que le corresponde, y así se ha demostrado ampliamente, en el tiempo y en el espacio. Una política de intereses particulares que, desgraciadamente, también controla y manipula la cuna del saber, la Universidad, en virtud de la «Lealtad institucional» (obediencia) y la bandera de la mediocridad. Pero ese es ya otro tema, ¿o no?

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