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Recordando a «don Teo», cumpleañero...

28 de Noviembre del 2011 - Heradio González Cano (Oviedo)

Mi querido don Teodoro López-Cuesta y Egocheaga, hay fechas memorables en la existencia de cada quien, pero nunca superiores a las que nos recuerdan los cumpleañeros años, y más si en éstos, tal su feliz caso, se ha llegado, nada menos que a los 90. Como decimos en mi lejana tierra: «A esa edad no llega cualquier gato»... No imagina la inmensa alegría que se produjo en mis ánimos al ver su faz risueña ante una tarta familiar elaborada para festejar «El fruto de nueve décadas», como nos escribe E. Vélez (LA NUEVA ESPAÑA, 9 de noviembre, 2011), que lo ha cogido «en pleno trabajo», programando diligentemente, como siempre, los estivales cursos de La Granda, a realizar el año próximo 2012. Esa sorpresiva noticia, tan grata a quienes de veras lo apreciamos, en unos segundos me ha hecho recordar mis lejanos años de estudiante, 1961-66, cuando tuve el alto honor, como otros hijos de las tres Américas, de ser uno de sus estimados alumnos. Estimación total que un día inesperado cordialmente me demostrara... Tal vez no lo recuerda, pero este su alumno mientras viva lo recordará siempre, pues a usted le debo llevar ya más de 32 años en las Asturias, cuando solamente proyectaba estar en ellas unos seis meses. Venía, junto con mi esposa asturiana, María del Carmen Saucedo, de una terrible guerra, la sandinista, lid figurativamente pequeña, pero no menos sangrienta, como lo fue la vuestra, donde hermanos, familiares, supuestos amigos, enfrentados, se liaron a muerte; infeliz suceso (1979) bien conocido internacionalmente. No hay dolor y pena más grandes que una guerra «incivil» en cualquier nación, pequeña o grande, que se precie. En fin, arribamos a las Asturias, con solo lo puesto, y menos mal que no perdimos la vida, porque, en ese entonces, nos cupo en suerte el calor amistoso y diplomático de un grande e histórico personaje, como lo fuera el inolvidable embajador de España, a la sazón, en Nicaragua, don Pedro Manuel de Arístegui y Petit, padre de Gustavo, al que saludamos en el Club de Prensa Asturiana en la presentación de su libro «Encrucijadas árabes», y le recordamos cuando le vimos por primera vez en la referida Embajada cuando frisaba apenas los trece años, junto con sus menores hermanos; émulo diplomático de quien nos visitara en el Ateneo de Matagalpa (1978) y que se relaciona en mi libro «Rubén Darío, siempre...», páginas 287-290, así como su inesperada muerte en Beirut en el mes de abril de 1989, cuyas relaciones y fotografías emocionaron al arabista, teniendo a su lado al gentil Jaime Reinares...

Así, casualmente, en la calle Uría, una mañana, saludamos cariñosamente a don Teodoro... «Qué tal, de paseo...», sonriendo, me dijo, saludo al que contesté narrándole brevemente los motivos de mi «paseo»... Era de mañana, como las doce, poniendo cara seria me obligó prácticamente a acompañarle; llegamos a la rectoría y de inmediato, sin consultarme, fuimos al Colegio de Abogados y hablando con el inolvidable decano, don Carlos Botas, en presencia de Justo de Diego (fallecido recientemente), secretario, les hizo mi presentación de quién era y en mi país había sido servidor (presidente de abogados y notarios, entre otros cargos culturales, humanitarios), respondiendo él para colegiarme... Esa es una especial e impagable grandeza del corazón de un ejemplar español, asturiano, de quien mejor que nadie un economista universal en la misma prensa fraternalmente nos habla y describe el magnífico hacer, docente, ejemplar, tal la relación de nuestro amigo don Juan Velarde.

Ya en mi otro modesto libro, «Palpitaciones poéticas, verso y prosa en destiempo» (páginas 173-175) he hablado de «Mis queridos profesores asturianos», por eso no voy a cansarle ponderando aún más sus indubitables merecimientos, solamente voy a quedarme con la sugerencia, que al «rector por antonomasia de la Universidad ovetense» tal nos refiere la docta pluma del genial José Ignacio Gracia (LNE,10-03-04), en la misma plaza consagrada a su nombre, se le haga una estatua, la merece sobradamente el nonagenario, en vida; «¡hombre trasatlántico!», como así lo bautizamos un día homenajeándole en el hotel de la Reconquista, mote que tanto gustara a los cientos de amistades y profesores allí presentes, y de manera especial a uno de los maestros del periodismo, Luis José de Ávila. Venga, apreciado Gabino, ¡hágase la estatua!, y si para honrosa escultura no hay «plata», avisar, pues, de la Universidad, profesores, colegas, admiradores, amigos, por las calles pasaremos la hucha.

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