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El sitio de las cosas

31 de Diciembre del 2011 - Daniel López Martínez (Oviedo)

Hace veinte años Carlo Cipolla hizo el camino que va de la Economía a la Psicología para proponer una tipología de la personalidad, su Teoría Fundamental de la Estupidez, que clasificaba a los individuos en inteligentes, ingenuos, malvados y estúpidos en función de los resultados que obtendrían para sí y para un tercero con sus acciones en una situación dada. Unos años después y con la ayuda de la misma Teoría de Juegos que subyace al trabajo de Cipolla, Daniel Kahneman haría el camino contrario, de la Psicología a la Economía, y ganaría el premio Nobel de Economía por sus aportaciones a la toma de decisiones en situación de incertidumbre. Pero esa es otra historia.

Siendo el estúpido, según Cipolla, el tipo de persona más peligrosa que existe, no le va a la zaga el malvado cuando de lo que se trata es de «observar» los intereses de terceros, como es comprensible. Pues bien, lo que es común a unos y otros, estúpidos y malvados, es la oscuridad con que envuelven sus actos; con el estúpido uno vive en la incertidumbre perpetua de no saber nunca de dónde vendrá el golpe y del malvado se espera uno de todas las artimañas para bien ocultar sus planes de malvado.

Esta oscuridad que caracteriza a estúpidos y malvados es común también a los mercados financieros. En una situación de competencia perfecta, con recursos disponibles (información y dinero) para todos los participantes en igualdad, el mercado financiero no produce beneficio y deja de ser atractivo como mercado; la posición de una persona inteligente, que aporta valor al juego en que participa de forma que todos los concurrentes puedan obtener beneficio de la situación (sin engaños, no necesariamente el mismo), no tiene sentido en el mercado financiero, ya que se dibuja allí un juego de pura suma cero, en el que para ganar hay que hacerlo a base de destruir las ganancias de los demás, siempre con la oscuridad como aliada. Los participantes en los mercados financieros no compiten entre sí, como en cualquier mercado eficiente y en régimen de competencia, para obtener una ganancia con un producto del que los consumidores podrán obtener a su vez la ganancia que deseen, sino que compiten contra el mercado mismo reventándolo, y para ello se sirven de todas las herramientas de la segunda línea de inversión hacia atrás (los cds, los derivados, las agencias de calificación y demás no son otra cosa que elementos de oscuridad, de falta de transparencia, formas de romper la competencia en un mercado y el mercado mismo) que consiguen que el mercado financiero deje de ser un mercado y se convierta en un trile, en una estafa constante donde el malvado gana las pérdidas que puede producir en los demás.

Tal como se practican ahora mismo, los mercados financieros son a la economía y al concepto de «mercado» lo mismo que el monopolio, una forma de reventar la competencia y el beneficio que esta tiene para el bien común, algo contra lo que existen leyes y que está regulado en todos los países avanzados del mundo. En definitiva, los mercados financieros no son mercado, son juego, y su sitio no puede ser la economía en la que se juega con el dinero de todos, independientemente de su voluntad, sino el casino, donde juega quien quiere.

Lo bueno es que, a diferencia de lo que pasa con el monopolio, aquí no hace falta ninguna regulación como ya demostró Islandia y ha estado a punto de demostrar Grecia. Para devolver a los mercados financieros a su sitio, la economía, y sacarlos del casino, lo único que hace falta es aportar luz y taquígrafos a su situación, al juego que allí se desenvuelve; no es necesario crear una nueva agencia de calificación del riesgo que compita con éstas, sino hacer el juego tan transparente que su papel sea irrelevante, de forma que las partes sean conscientes del riesgo con el que juegan cuando se hace uso de estos elementos de oscuridad. ¿Y cómo?

Hace dos años los islandeses decidieron en referéndum que no pagarían una deuda que era tan absurda cuando se contrajo como cuando se multiplicó con el uso de todos aquellos elementos citados arriba; haciendo uso del caveat emptor, principio legal que determina que la responsabilidad de lo comprado es del comprador, le explicaron a los inversores que el riesgo de la inversión es, cuando menos, compartido y que aceptaban su responsabilidad sobre los compromisos adquiridos pero que no tenían dinero para pagar y no iban a pagar. Efectivamente, Islandia se negó a pagar y quebró en el mercado libre, su economía se vio obligada a hacer las reformas que necesitaban (muchas de ellas simplemente idénticas a las que ha venido haciendo España, pero muchas menos de las que nos obligarán a hacer si seguimos empeñados en pagar) y hoy, dos años después de aquello, ya está generando riqueza y empleo y sus cifras macroeconómicas reflejan crecimiento basado en las oportunidades que el mercado libre, competitivo y eficiente ha vuelto a conceder a los islandeses basándose en lo que saben hacer y en su potencial de mejora, asignando eficientemente los recursos disponibles, que es para lo que sirven el mercado y la economía. La quiebra de Islandia duró dos años; la de los que no hemos quebrado (sic) lleva con nosotros cuatro años y Ángela Merkel y Christine Lagardeya le han pronosticado otros diez años más, que no son nada si consiguen lo que antojan, supeditar la economía productiva a la especulativa, tan diferentes.

Los islandeses sabían desde un principio que tenían dos opciones para salir de la crisis; una inteligente, asumiendo las responsabilidades propias y dejando el resto en manos de sus legítimos propietarios, y otra la del malvado, cargando sobre sus espaldas el peso de los errores de ambas partes contratantes. Democráticamente eligieron la primera opción y van camino del éxito relativo a su posición inicial, en tanto el resto seguimos en el desierto. A Papademos y Monti, en Grecia y en Italia, no se les ha elegido porque vayan a tomar decisiones inteligentes de ahora en adelante sino porque, echando la vista atrás, todas sus decisiones han sido coincidentes con las del malvado, lo que hace suponer que en el futuro lo seguirán siendo, y eso supone haber tomado una opción por el futuro de griegos e italianos sin haberles dado la palabra. Ésta es la diferencia real, de la que no se habla, entre democracia y tecnocracia, entre la decisión inteligente y la decisión malvada, entre la decisión que interesa a todos y la que produce el lucro de unos pocos. Con la tecnocracia ocupando el lugar de la política asistiremos al nacimiento del euro sin Europa, la primera moneda de la historia que no tendrá detrás un país o un estado que la sustente; el resultado no podrá sorprender a nadie, más cuando ya se habla de una Europa de dos velocidades que atenta contra la razón fundamental de ser de la Unión, las grandes guerras derivadas de la división europea. La experiencia de José Manuel Campa en el Gobierno aquí nos ha servido para saber que la mejor tecnocracia sin agenda política, sin liderazgo político, puede servir para parar el golpe pero no para ir a ningún lado.

Quienes nos impidieron votar la reforma de la Constitución nos han pedido el voto con el audaz objetivo de reformar el sistema financiero. Después de que multinacionales con más posibles para incidir en ese mercado que España hayan sacado su dinero del mismo y los bancos estén restringiendo el crédito entre sí (o sea, el mercado financiero) al punto en que ya nadie pone nada en juego y lo poco que hay no llega a empresas y familias, quieren reformar el sistema financiero... que ya se ha comido la deuda. Van a hacer la reforma con los mismos criterios con los que diseñaron hace seis meses los test de estrés para la banca europea, unos test que pretendían probar la solidez de los bancos y el sistema financiero europeo y calificaron como excelente al banco Dexia, que tres meses después quebró y a punto estuvo de llevarse por delante a Francia y a Bélgica. Fuimos los únicos en votar sí a la Constitución europea y somos los únicos en no necesitar intervención externa para el robo, ya nos robamos el futuro nosotros mismos, la importancia de la tradición democrática se nota en estas pequeñas cosas.

Si los problemas de la democracia se resuelven con más democracia, el camino que estamos empezando va de cabeza a la catástrofe; si los problemas de la economía se resuelven con más mercado y más libre, el futuro pinta pésimo. Podemos estar viviendo la conclusión de una época en que decisiones estúpidas y malvadas en cadena han sacado las cosas de sitio y el coste de volverlas a meter puede ser todo lo alto o bajo que se quiera, dependiendo de lo mucho o poco que tardemos en encontrar de nuevo el camino. Falta un esfuerzo responsable por la transparencia y la responsabilidad, por devolver las cosas a su sitio, la política a las instituciones democráticas que nacieron para acogerla cuando era inteligente y la economía a los mercados libres que nos hacen mejores a todos. Es un camino por hacer, que Islandia ya ha comenzado.

Daniel López Martínez

Oviedo

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