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La Navidad en clave cristiana

8 de Diciembre del 2011 - Pedro Bengoechea Garín

Es el acontecimiento que se repite año tras año. Casi con los mismos elementos que lo integran: representaciones innumerables y de todo tipo (belenes), música y canciones propias, luces, adornos, hasta una mesa copiosa, donde nada ha de faltar –aunque sea por una vez–, traducido todo ello con frecuencia en un vibrante jolgorio, bullicio o alegría desbordante, que más que aleccionar, suele terminar casi siempre molestando al más paciente sufridor. No con esto me niego a reconocer que son más los momentos de sano, moderado y justificado gozo en torno a esta efeméride. Pero vayamos a lo nuestro. Todo lo anterior es lo externo y no lo interno y central. Esto aparece cuando queremos encontrar significado a lo que hacemos. Y en este punto no todos solemos coincidir, pese a las apariencias externas que nos asemejan. Entramos con ello en el ámbito particular y personal de las creencias, valores y convicciones que asiste a cada cual. Las diferencias son notables entre las motivaciones que impulsan al cristiano y al que no lo es a la hora de celebrar el mismo evento. Para aquél, al contrario de éste, la Navidad evoca y tiene un único y principal sentido: el Hijo de Dios en el mundo gratuitamente ofrecido a la adoración y cariño de todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Razón por la cual la Navidad nunca puede ser exclusiva ni excluyente. Se extiende a todos y es perdurable, porque es un solo misterio que se perpetúa aquí y allá, ayer, hoy y mañana. Es universal y con derecho a ser propiedad común. Sin embargo, en la práctica, las divergencias son notorias y, gracias al inmenso respeto, al menos divino, a la libertad sacrosanta de cada cual, cada uno lo celebra aludiendo a diferentes motivos y sentimientos. Esto no sólo ha sido ahora, sino también lo fue antes, no todos la reconocieron de igual modo. Disparidad, porque para unos Jesucristo no era verdadero hombre. Disparidad, porque para otros Jesucristo no era verdadero Dios. En el presente seguimos igualmente con los mismos errores y provocaciones de antaño, alterando la unión de ambas naturalezas en Jesucristo, o fundiéndolas en exceso o, simplemente, suprimiéndolas y reduciéndolas a simple ser humano intrascendente. En cualquier caso, lo que a mí me consta es que el Verbo de Dios se hizo hombre, como uno de nosotros, y habitó entre nosotros. Esto es precisamente la Nochebuena: «Enmanuel» (Dios con nosotros). Y añadamos lo que decía San León Magno: «Se hizo nuestra carne naciendo, así como nosotros hemos sido hechos cuerpo suyo renaciendo». La Navidad, por lo tanto, tiene que tener unas derivaciones inmediatas para todas las personas: ampliar nuestras posibilidades al ser introducidas en la esfera de Dios; recobrar o acrecentar la dignidad de los hijos de Dios; revivir con fuerza la idea de fraternidad en Cristo; transformarnos en «dioses» al transfundirnos en la pequeñez del Niño-Dios de Belén. ¡Feliz Navidad!

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