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Con Pixán la pena se olvida

1 de Diciembre del 2011 - Celso Peyroux (Teverga)

Oigo con las ventanas del corazón, abiertas de par en par, un álbum de música que me regaló –como casi siempre– el tenor y amigo del alma Joaquín Pixán, que titula en su carátula «La pena se olvida». Se trata de un trabajo muy bien presentado, compuesto por un CD que contiene diecisiete canciones y DVD-vídeo que muestra a Pixán y a todos cuantos han intervenido en la labor: la soprano Mayca Teba, los arreglistas de la versión orquestal, compositores, adaptadores y la pianista asturiana Noelia F. Rodiles. Interviene como acompañamiento y fondo musical la Orquesta Filarmónica de Málaga, dirigida con maestría por José de Eusebio.

Los pasodobles y la copla de siempre son los temas elegidos por Pixán para este nuevo trabajo que canta con la voz profunda y armónica del tenor que nos viene deleitando –desde hace tantos años– con canciones y baladas como: «Madre Asturias», «La mina de La Camocha», «El canto del urogallo», «Duérmete, neñu»… Discos, conciertos y recitales por España y el extranjero donde el tenor de las tierras del Narcea fue dejando la identidad de nuestro pueblo a través de la música lírica.

En esta ocasión, como en todas, la copla española se presenta como una manifestación tan genuina como al tiempo lo es el pasodoble con retazos de la arena y los tendidos en tarde de toros y la zarzuela tan nuestra con sus coreografías escénicas, el canto profundo y la literatura apasionada y trágica que encierran la palabra y la nota musical en una bella simbiosis.

Conocí a Joaquín Pixán dos o tres años antes de que grabara –junto a Antón García Abril, Jesús López Cobos y la Orquesta Filarmónica de Londres– aquel precioso y preciado disco que puso a Pixán en el lugar que le correspondía por la valía de su voz. Corría, creo, aquel verano del ochenta y dos en el tevergano valle de Carzana. El tenor del lugar de La Torre, Tono Brañas, me lo había presentado por las fiestas de la Magdalena y allí nació una amistad fraterna, sincera y perdurable. Aquellos días en Teverga cantamos, bailamos con Alvarina y otras mozas, bebimos buena sidra, comimos el arroz con leche de Piedad la de Juan y resultó la estancia una grata e inolvidable romería. Le mostramos nuestros valles mineros y rurales; subimos a la Casona de Tivina, en Campiello, donde nos recibieron su familia y el amado y recordado Sabino Coppen, que no dudó en interpretarnos, a la guitarra, dos canciones italianas con aquella bonhomía, su sonrisa afable y sabiduría popular que siempre tenía con todo el mundo.

En estos días en los que se atisba el invierno, pongo la música de este álbum en el mismo momento que tomo en Trubia la desviación hacia los valles donde me alumbraron. Me voy deleitando, durante todo el viaje, con las canciones de siempre y aquéllas que entonaba mi madre –con la voz dulce de los ángeles– cuando, en la buhardilla de las Consistoriales teverganas, sacaba cera a aquellas maderas de castaño gastadas por el tiempo mientras las acompañaba, muchas veces, el bronce de la campana del reloj.

Recuerdo la «Campanera», que también cantaba Joselito; me emociona «La cruz de mayo» recorriendo el barrio de Triana; «El relicario» que entonaba con tristeza Mina la de Carabanzo; me pone la piel de urogallo el «Francisco alegre» en las mañanas soleadas con los rayos de luz que bajaban de Sobia, cantada la copla por la voz de Angelina, la del albañil; el «Soy minero» que entonaba Antonio Molina recordando a todos los mineros del mundo «y en especial a los de Teverga». Allí cantó, por cierto, en el cine Gonal, en los últimos años de su vida.

Canciones para recordar y para ponerse alegre. En verdad que, con estas coplas cantadas por Joaquín y Mayca, «La pena se olvida».

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