Nos dejó Sabino «el Cónsul»
Se nos fue la «joya» del Centro Asturiano de Salamanca, el socio y presidente de honor, Sabino García Fernández, a la edad de 93 años, el Cónsul de Asturias, así era conocido en Salamanca, título que le otorgaron los estudiantes asturianos en los años sesenta por prestarles toda su atención, ayudas de todo tipo, los arropaba como si fuera el padre de todos ellos, cualquier problema, del tipo que fuera, incluido el económico, allí estaba Sabino con una sonrisa, que jamás perdió, para solucionarlo, desde entonces todos lo conocíamos como el Cónsul, y ahí seguía para ayudar a toda persona que lo necesitase, amaba a su Asturias como buen asturiano que era y en el Centro Asturiano era querido y respetado, jamás nadie habló mal de él ni nadie tenía ni tiene motivos para ello. El orgullo de ser asturiano se le notaba y, como tal, siempre ejercía allá donde estuviese. El Principado de Asturias a través de la Agencia de Emigración le rindió un reconocimiento merecido por sus méritos en el Pueblo de Asturias de Gijón, del cual estaba muy orgulloso y agradecido, pero con su humildad decía: «No lo merezco, mi vida carece de interés, es corriente y sencilla». Se fue en silencio, sin molestar a nadie, sin decir nada, simplemente nos dejó sin que sufriéramos el dolor de ver que se acababa su vida, era así, no quería molestar, no encuentro palabras para definir la persona que era, hombres como él sólo nacen una vez, nos ha dejado un gran vacío difícil de llenar, su eterna sonrisa, siempre dispuesta a ayudar a quien lo necesitase, nunca se quejaba de nada, optimista, alegre, simpático, amable y un largo etcétera, para describir a Sabino el Cónsul, era la bondad personificada. Hay muchos asturianos afamados, pero aquí en Salamanca vivió uno de los más grandes asturianos, el más ilustre que dio nuestra tierra, no recibió premios ni honores en olor de multitudes, pero la huella que aquí dejó como asturiano es imborrable, un asturiano que siempre hizo patria allí donde estuviese y quiso pasar desapercibido, pero sus méritos se lo impidieron, sé que siempre estará entre nosotros con su bonachona sonrisa tomando un culín.
Gracias, querido Cónsul, por todo lo que nos enseñaste.
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