¡Yo, al menos, no cedo el paso!
Hace unos días leo en LA NUEVA ESPAÑA, cómo un autodenominado «cronista» de Lugones dice dejar la política para así dejar paso a la juventud.
Extraigo esta frase autojustificativa de este convecino mío al azar. Pues no tengo ningún interés en saber cuál será su futuro en lo que a la política vecinal se refiere. Sólo me llama poderosamente la atención la razón que esgrime (es verdad que no sólo él) para abandonar las responsabilidades, si las tenía, dentro de esta comunidad a la que tanto ha defendido, independientemente de si el resultado final fue o no positivo para ésta.
Mi caso –que ya lo dejo meridianamente claro en el título– intentaré aclararlo: ¡Yo no cedo el paso a nadie! Quien quiera adelantarme, que lo haga. Yo no me considero con «vuelta perdida» y, por tanto, no me veo en la obligación de apartarme para dejar pasar a quien supuestamente viene tras de mí.
Quien quiera –joven o menos joven– adelantarme deberá demostrar si puede. Y si realmente es capaz, que lo haga. Yo reitero que no es mi intención el dejarle paso. Salvo, obviamente, cuando debo respetar las normas de circulación o las de las buenas costumbres de educación y caballerosidad, hoy ya un tanto en desuso.
Hay veces que la expresión «dejar paso a la juventud» se convierte en un tópico y además se vuelve ya típico. Pues alguien ha decidido cuándo debemos retirarnos de la vida laboral y cuándo de la vida política, docente o intelectual.
Y, sin embargo, nadie es capaz de demostrar la incapacidad que debieran tener quienes son invitados (cuando no obligados) a pasar a una inactividad forzosa en la mayoría de las esferas de la vida social, económica y política. Dejando solamente espacios reservados para el ocio, que además está previamente organizado. ¡Nada más deprimente!
No seré yo quien defienda aquí si hay que jubilarse a los 65 o a los 75 o nunca. El acuerdo con los representantes sindicales debe preverlo. Ahora bien: independientemente del pacto, aplicable a la vida laboral y en los sectores concretos, está el manido «paso a la juventud» (por cierto: a la juventud no hay que cederle el paso, pasan ellos solos), que sólo debiera contemplarse cuando se logra en buena lid.
En este punto es donde discrepo abiertamente. Y lo hago porque lo joven no es en sí mismo sinónimo ni de más conocimiento, ni de más capacidad, ni de más mérito. Si acaso sólo lo es biológicamente hablando, ¡nada más! Por tanto, aquel o aquella que aspire a ocupar «mi lugar» o bien me gana –como digo– en buena lid o tiene que esperar a una incapacidad física que me impida para aquello a lo que aspira quien me sigue.
Dicho esto, yo al menos no consiento que nadie «me jubile». Ni que me obliguen a apartarme, por el mero hecho de que el que viene detrás es de menor edad. Así, por tanto, cuando alguien abandone, cese o deje de hacer tal o cual actividad, encargo o función, que no se escude en el «dejo paso a la juventud». Que mire si es que ya no puede, no sabe o no quiere. O, en último caso, si debe reconocer que ¡ya no le quieren!, ¡que ya no sirve!, ¡o que ya no puede!
Por tanto, hoy más que nunca se necesita que todos se esfuercen en lo que puedan y sepan, y hasta donde sepan y puedan. Y después... y sólo después, Dios proveerá. Antes, ¡no!
Justo Roldán
Lugones
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