A la memoria de mis abuelos don Victoriano Reglero Herrero y doña Sofía Velasco Llano
Arrojados a la tentación de las ideologías, un sinfín de seres humanos entregaron sus vidas a un pretendido bien común. El legado de esas gentes parece que no ha servido de ejemplo, siendo relegado al olvido, tal como lo muestran los sucesos de nuestro tiempo. El hecho de haber sido instruida por mis abuelos me brinda la oportunidad de haber probado las maneras de mis mayores, de las que el bien más preciado fueron sus hechos. A través de estos hechos pude saber y apreciar que su sentido de la responsabilidad, conducta y abnegación concluyeron en su obra faraónica: criar a tres niñas, en el atardecer de sus vidas, llegando él al extremo de aseverarles (a los 89 años de edad) que no se moriría hasta verlas bien encaminadas... Y así fue a los 98 años cuando falleció.
Su estampa espartana ofrece las claves de la «enfermedad» que la sociedad, las personas y las instituciones padecen. Su enajenación e incapacidad de ser lo que son –en sentido griego y en letras de neón– expresiones de la virtud que construye el futuro sin apelaciones al señor don dinero y procurando, cómo no, arrimar el ascua a «donde los ángeles cocinan la gloria sin carne» (H. Heine). Éste es el criterio o, mejor dicho, la recta moralidad.
Como todos sabemos, «vulpes pilum mutat non mores» (la zorra cambia de piel, no de costumbres), ¿por qué perpetuar el yugo si ése se entiende que lo escoge cada cual?, ¿por qué las ancianas griegas han preferido morir expoliadas que vivir sin alegría? Sepan ustedes que fueron conscientes de que morir era mejor que vivir sin vivir.
Tener conciencia y ser consciente depende de la capacidad de observación de la realidad y objetivamente es más coherente dar fin a las fantasías y no vivir de rodillas en un mundo de cobardes. ¿Qué nos dirían quienes lucharon por un mundo mejor? ¿Que fue inútil? Eso se lo dejo a ustedes y digo: la justicia se sustenta en los principios de la moralidad, aunque al ser ésta tan voluble, es también rasero para ejecutarse a sí misma con palabras contradichas. Así es la singularidad del felino que, a su vez, es encerrado por matar a otro de su camada.
Cobardía es aceptar que las cosas tengan que ser lo que no son... Tras esta diatriba, convengan ustedes lo que consideren correcto.
Patricia Fernández Reglero, Bilbao
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