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La violencia, algo más que una estadística incompleta

10 de Diciembre del 2011 - Julio Ortega Fraile (Vigo)

Cómo expresar la violencia con el verbo, cómo reflejar tragedias con seres vivos en un papel inanimado. No hay negro sobre blanco que traslade el rojo derramado en el suelo de una cocina, en el gris de una calle o empapando la arena de una plaza. No existe vocabulario para describir la certeza de la propia muerte súbita y brutal necrosando las entrañas, desgarrando el cerebro con preguntas y negaciones, llenando la garganta de gritos estériles que se hacen añicos contra la soledad de la víctima frente a su asesino.

No, nunca la genialidad literaria podrá transmitir la cobardía del verdugo ni el pavor de la criatura que se derrumba bajo sus golpes. Pero, ¿qué nos queda ante esos crímenes? Al fin sólo palabras. Las de furia para desquitarnos vomitando rabia ante lo que no admite consuelo. Las de recuerdo, como queriendo inútilmente restañar el drama consumado Y esas otras palabras, las que sin cicatrizar las heridas del pasado tal vez logren cerrar aquellas que todavía no se han abierto: las que establecen protocolos de actuación y transcriben la ley.

Mujeres, niños, ancianos, indigentes, animales... Sí, no se asombren. Incluyo a los animales en la misma bolsa para cadáveres donde se trasladan los restos de los caídos humanos por la violencia. Ese desvencijado saco en el que la administración trata de ocultar tras una cremallera el fracaso más amargo de su gestión. No pido milagros, es cierto que tal vez no siempre pueda evitarse la comisión de un asesinato, pero sí es posible prevenirlos, sólo es necesario asumir también como tales y reconocer como indicios de otros que se producirán, aquellos actos que denotan la violencia en una persona, calificándo esos episodios como delitos en sí mismos y como prólogo de futuros comportamientos igualmente agresivos. Me refiero a la crueldad con seres de otras especies, una conducta que, al menos en nuestro País, no sólo no está castigada con privación efectiva de la libertad, sino que a menudo es lícita y apoyada por los estamentos públicos. Y por supuesto, las autoridades políticas, ebrías de necedad y soberbia, hacen caso omiso de todos los informes que puestos frente a sus narices de sagaces estadistas prueban la relación entre maltrato animal y humano.

Es habitual que la conciencia de ciertos ciudadanos ocupe el vacío dejado por la ignorancia y el desdén de nuestros gobernantes. Este asunto no es una excepción. Se ha creado en España una ONG llamada SECVI (Sociedad Española Contra la Violencia). Formada por profesionales provenientes de diferentes ámbitos: juristas, criminólogos, educadores sociales, psicólogos o investigadores entre otros, pretende luchar con cerebro y corazón contra esas conductas violentas que, difundidas unas y silenciadas otras, llenan los ojos de lágrimas, el sentimiento de rabia y los anocheceres de ausencias. Y esta encomiable iniciativa tiene algo que la diferencia y enaltece: por primera vez se tiene en cuenta la correspondencia entre la criminalidad ejercida sobre personas y animales. Un proyecto que busca hacer de nuestra sociedad un lugar en el que nuestras conciencias no se coagulen como la sangre de las víctimas que no quisimos o supimos impedir.

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