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El árbol de Navidad

6 de Diciembre del 2011 - Alfonso Uruñuela de la Rica (Avilés)

Día de la Constitución festivo. Me levanto dispuesto a disfrutar de un día de descanso, pero cuando voy a salir de casa a desayunar y leer la prensa según costumbre oigo la voz camelante de mi mujer desde la cama: mira a ver si puedes traerme el árbol de Navidad que está en el garaje y unos adornitos que están en una bolsa al lado del árbol. Ingenuo de mí digo que sí que no hay problema; pero vaya que si hay problema. Llego al garaje, veo el árbol seudoenvuelto en una bolsa de basura frágil, no encuentro a la primera, como es normal en cualquier hombre que se precie, la maldita bolsa de los adornos navideños, pero tras varios esfuerzos y después de gatear un poco por el suelo aparece la dichosa bolsa, que no era una sino cuatro nada menos, llenas de adornos metálicos que metían un ruido infernal y además estaban medio rotas con la consiguiente caída de bolas navideñas rodando por el garaje, por lo que tengo que realizar nuevas flexiones y contorsiones para cogerlas.

Por fin con todas las bolsas en mi poder, 5 o 6 nada menos, más la barra de pan y el periódico intento el asalto definitivo para llegar desde el coche hasta el ascensor. Inocente de mí; nada más comenzar el trayecto comienzan a rasgarse un par de bolsas con grave riesgo de caída de los objetos de decoración; intento coger todo pero entonces se me desequilibra la barra de pan y al intentar cogerla se me cae el periódico al suelo. No importa, lo dejo en el suelo y sigo camino del ascensor, pero antes de llegar a él, el último obstáculo: la puerta de acceso, cerrada con llave a cal y canto, y yo con las dos manos ocupadas; como buenamente puedo dejo las bolsas en el suelo, me hago con las llaves, abro la puerta y accedo al ascensor apretando el botón con la nariz para no volver a dejar las bolsas en el suelo. Introduzco todo el arsenal navideño en el ascensor, dejo la puerta abierta, no vayan a llevarme el botín, y vuelvo a por el periódico que se me había caído.

Al fin llego a casa derrengado, abro la puerta y le digo a mi mujer: sal, por favor, al ascensor a coger el árbol de Navidad y los adornos que me encargaste porque estoy desarmado.

Cuando me senté en el ordenador para escribir esta aventura noté un bulto en el bolsillo del pantalón, era una bola de Navidad de las que había cogido del suelo en plena refriega, la cual entregué a mi mujer sin decir ni pío.

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