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Todo el oviedismo en Valdebebas

8 de Diciembre del 2011 - José Manuel Huergo Nicieza (Noreña)

A las 5 de la mañana del domingo partíamos en autobús del Tartiere con destino a Valdebebas, la ciudad deportiva del Real Madrid, donde a las 12 el Real Oviedo se enfrentaba al Castilla, líder del grupo.

Minutos antes estaba saludando a Argote, el conductor, hijo de mi amigo Jesús, también profesional del sector, y que hacía tiempo que no nos veíamos. Durante la conversación algo raro sucedió, sin salir de nuestras bocas ni una sola palabra al respecto Argote se dio cuenta de que tenía encomendada una misión: «A lo largo del trayecto te irás encontrando con una suave neblina que tu autobús tendrá que absorber». Fue una premonición de que algo estaba pasando, ya que, cuando me subí al autobús y comenzamos el viaje, noté que la gente iba cargada de una ilusión que, pasase lo que pasase en el partido, al regresar iba a seguir siendo la misma.

Otra cosa sucedía y era que viajaba con nosotros el orgullo, valor y garra que para nuestra afición representa una persona que, por circunstancias, no se encuentra ahora defendiendo a nuestro club, Cervero. Sólo lo sabía mi hijo Pedro, apodado también Cervero, el Cerve del Condal, y lo sabía porque me había prestado para la ocasión la camiseta que le regaló su ídolo en un partido en el Tartiere frente al Athletic B.

Al llegar a Valdebebas coincidimos con la llegada de nuestra equipo y del resto de peñas que se desplazaron. La afición del Real Oviedo éramos los primeros en llegar y las puertas aún permanecían cerradas. De pronto, a las 11, se abrieron y una oleada de sentimiento azul comenzó a desfilar por el estadio, dirigiéndonos la seguridad, de manera indecente, hacia una pequeña esquina, donde como presidiarios nos fueron atrincherando, pensando que sólo seríamos 250, las entradas que envió el club; nos parecía imposible que esto nos pasara en la visita a un gran club como el Real Madrid, que no supo estar a la altura. Pero esto no hizo más que aumentar el sentimiento azul, porque, de repente, las taquillas empezaron a echar humo, pero humo azul, ya que una gran fila de carbayones, que viajaron en sus coches, iban entrando en el campo y la seguridad blanca no tuvo otro remedio que romper cintas e ir colocando a la oleada de más de mil aficionados que éramos, dando el habitual colorido a la grada.

Cuando todos estábamos en nuestros asientos, Argote, el conductor del autobús, finalizaba su misión, toda la neblina que fue absorbiendo durante el viaje, que no era otra cosa que el sentimiento del resto de aficionados azules que no pudieron acudir al encuentro, empezó a extenderse y a mezclarse en la atmósfera de todo el estadio, todo Valdebebas era sentimiento azul, todos estábamos allí, los presentes y los no presentes a través de la radio y TV, y se empezó a notar cuando saltó el equipo al terreno de juego, la afición gritaba y animaba y el sonido, en forma de eco, retumbaba dos veces en el estadio, en las dos gradas, y empezó el partido, del que poco puedo decir ya que todos lo vimos, pero sí tres apuntes: 1.º La lección táctica de Pacheta, que con su presión arriba anulaba cualquier salida cómoda del Castilla, con unos movimientos de presión en banda, precisos y lineales, que me permitieron ver unas coberturas y permutas tan bien dibujadas que hacía mucho tiempo que no había visto, tanto en una banda como en la otra, por ejemplo, el movimiento lateral en presión desde arriba de Rubiato, con Xavi Moré y Owona (se formaba una línea recta), con la cobertura de Negredo y la permuta de Aitor Sanz en el centro de la defensa, dibujo técnico de Universidad. 2.ª La afición local animaba a su equipo con gritos de «Castilla» hasta que la cosa se puso mal y empezaron a gritarles «Madrid», y 3.º, según Toril, entrenador local, el Real Oviedo no fue el mejor equipo que les visitó, ante lo que digo que si no fue el mejor sí fue el primero que les ganó y metió tres goles y que practicó un fútbol calcado al del Real Madrid de Mourinho, su jefe, la temporada pasada y el día anterior, con alguna variación, en El Molinón, presión arriba, recuperando, desplazamiento a banda, centro y gol, así de sencillo, que vea el vídeo y le pregunte a su superior si le gustó el fútbol azul.

El final del partido fue la apoteosis total, el extenso sentimiento azul existente en la atmósfera se fue concentrando en un único lugar, en la zona donde jugadores, técnicos y afición celebrábamos el triunfo, justo delante de la cámara de TV donde el resto, en sus casas, también lo festejaban, todos estábamos allí.

En unos minutos todos nos fuimos, los jugadores a los vestuarios, los aficionados hacia sus autobuses y vehículos particulares, y, de repente, algo volvió a ocurrir, la neblina de sentimiento azul que recogimos en la ida no se quedaba en el estadio, ni la absorbía de nuevo el autobús, un pequeño suspiro de todos los presentes la empujamos hacia el cercano aeropuerto de Barajas, para que, cómodamente en avión, regresara a Asturias y todos aquellos lugares donde la esperaban los miles y miles de fieles seguidores que ese día nos la prestaron y que, con su presencia, también estuvieron allí.

José Manuel Huergo Nicieza

Noreña

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