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Si dicen que dizan, mientras que no hazan

10 de Diciembre del 2011 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

He copiado y a continuación pego lo entrecomillado:

Tampoco se menciona el cambio de hotel en Moscú por una suite de lujo decidido por González-Sinde el 18 de noviembre, anulando otra reserva que costaba la mitad que la elegida, y que ha revolucionado internet con comentarios de indignación por el dispendio de esa estancia: 1.180 euros la noche en el hotel Kempinski, en unos tiempos en los que se aboga por la austeridad de los poderes públicos.

Ahí está. Ha revolucionado Internet con comentarios de indignación. ¿Y?

Es normal, o debería de serlo, pienso yo, que no puedo asegurarlo porque no ando metido en ninguna de esas redes de adictos a la popularidad y a no sé qué tipo de amistad, que Internet se halle en permanente revolución. Es más, si Internet fuera un ente con un mínimo de sensibilidad sencillamente explotaría, porque el expolio a que se someten las arcas del Estado, ¡nuestras arcas!. es tan flagrante, cuantioso y constante que, de ser acusados todos ellos, no habría red con suficiente capacidad para soportarlos. ¿Y la respuesta a estos desmanes? No hay una respuesta automática al caradurismo doloso de la ministra, lógica astilla del palo del que proviene. Debiera de haberla, porque algo tan evidente no necesita de ningún análisis para ser juzgado y condenado con una pena que tampoco necesita de ir más allá de la dictada por el sentido común para ser justa. Por eso digo, la respuesta debería ser automática: La ministra tendría que reembolsar a la Administración todos los gastos de su viaje, no, como en principio se podría pensar, la cuantía del exceso, porque de esa forma se limitaría a pagar su disfrute sin sufrir la pena que su repudiable acto debe conllevar; ¡no! el gasto improcedente más la multa por la improcedencia del gasto. Y sacarla de su cargo con una patada en su parte posterior más blanda, pues una persona de semejante catadura no debería, de ninguna manera, representar a un país que se respete y que quiera ser respetado. ¡Ah! ¡Por supuesto! Y nada de buscarle enchufitos que le solucionen el porvenir, ¡qué va! ¡A dar el callo!

Uno más de los actos condenables que se quedarán sin condena, por mucho que haya revolucionado Internet. Mientras no haya una respuesta contundente ¡que obligue! a pagar al espabilado, que nunca, o casi nunca, sale escaldado, el tal seguirá bailando sin que le quiten lo bailado. Hay que sentar un precedente, dejando clara la fuerza de la gente, que siente jurisprudencia en la ley no escrita de la decencia.

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