Perdemos todos
Recuerdo con 14 años que vi en el café musical La Maniega que estaba decorado con un montón de fotos antiguas y entre ellas vi una que me sorprendió, no será... sí, el acueducto de Oviedo cuando estaba completo.
Siempre me había gustado ese monumento y pensaba, claro, que lo habrían tirado en la Edad Media con arietes y catapultas o se habría caído, o qué sé yo, pero no que ya estuviera inventada la cámara de fotos cuando semejantes garrulos acometieran ese crimen bajo el siguiente pretexto: que los materiales del derribo darían algún dinero al Ayuntamiento y trabajo a los obreros, que la obra de Pilares no era artística, ni útil, ni bella, ni histórica, ni ovetense.
Por entonces, ya había Universidad y estudios de Patrimonio, y fue por lo visto mucho el movimiento ciudadano para parar la demolición, pero mayor el empecine cacique.
Después, fue la demolición del convento de las Salesianas, el palacio de Dpña Urraca, y tuve que vivir la demolición de la preciosa estación del Vasco.
Más tarde, ya con el actual Alcalde, que sabemos que le gusta bastante el techno con canciones tan populares como la playa del Parque de Invierno, las Trillizas, el aparcamiento de Uría-Campo San Francisco...
Pero todavía creo que para mucha gente no hay perspectiva suficiente como para ver entero el Calatrava y mucho menos para contemplar la barbaridad del Fontán, en el que siguen orgullosos los guías de la ciudad entre flashes y gorras de Alsa a lo que puede llamarse una intervención al estilo Parque Astur, que tanto prolifera en esta ciudad de cuento de hadas.
No libres con la crisis de todo esto, están en entredicho la Fábrica de Gas, 900 edificios hasta hace unos meses históricos y ahora derribables como el del Paraguas y la última ánima patrimonial, como es la casamata de La Ería, único nido de ametralladora del bando nacional en la ciudad hasta este viernes, que pasó por el martillo neumático de una excavadora.
No sé cuál es la motivación o desmotivación para acometer estos atentados a nuestro patrimonio, económico, simple desidia u otros más ocultos. Pero sólo se me ocurre la palabra cárcel para los responsables de la pérdida para siempre de nuestro valor histórico. Pérdidas irreparables que nos devalúan como ciudad, que nos banalizan y que nos hacen perder memoria.
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