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¡Sin miedo de esta también se sale!

21 de Diciembre del 2011 - Justo Roldán (Lugones)

Juan Pablo II, a los comienzos de su pontificado, nos dejó una frase con la que dio título a un libro: «No tengáis miedo». Si la frase fue en su día reconfortante por la esperanza que de ella se podía fácilmente desprender, hoy sigue siendo igualmente eficaz, así como muy recomendable, el tenerla siempre en la mente ante tanto pesimismo que nos envuelve a todos.

Cuando en una sociedad hipocondriaca en exceso. Con un Estado proteccionista, hasta la asfixia individual. Con una tendencia enfermiza hacia el consumismo, que ahoga economías (públicas y privadas) motivada por el afán, ciertamente desordenado, de encontrar el «elixir» contra el tedio, la infelicidad, y la soledad. Hay que advertirles de que además de darse de bruces, contra una realidad que ya en su tiempo Santa Teresa de Jesús definió «como una mala noche, en una mala posada», encontraran primero el Prozac que a Platón.

Si la Doctora de la Iglesia tenía y tiene razón. La de Juan Pablo II da sentido a «esta vida», a «esta mala noche» y a «esta igualmente mala posada». Pues todo se reduce a una simple frase: «No tengáis miedo»... ni miedos, se podría perfectamente añadir (Los miedos del hombre, se escribió). Porque nada hay de nuevo en el devenir de la persona humana en cuanto a su caminar por este mundo, sea cual fuere la época que a cada cual le haya tocado vivir.

En la actualidad (rabiosa actualidad, diría yo) y como consecuencia de la ingente cantidad de información existente, que viaja a la velocidad del rayo, y en cantidades desorbitadas, en la mayoría de los casos no da tiempo material a seleccionarla con un mínimo de rigor. Selección, por otro lado, necesaria, pues esta, la información, una es creíble, otra, para que «se crea», y las más, para aumentar la audiencia o el número de tiradas en los editoriales. Por lo cual son más abundantes las noticias negativas que las positivas. Las que hablan de las «miserias» del hombre que las de la generosidad, el desprendimiento o la dedicación al prójimo, que son casi siempre de una forma vocacional y que les lleva a una dedicación sin límites, por razones que escapan a quienes lo materializan todo o lo contabilizan todo («Soy economista y os pido disculpas», escribe Florence Noiville).

Todas estas personas que también componen la sociedad y que son la mayoría de las veces obviadas, porque pasan por la vida de tal forma que ni con la misma «sal gastronómica» se les podrían comparar. Son casi invisibles, como el condimento salino. Pero de resultados captables, para quienes tienen buena voluntad para discernir... que falta y que sobra, a un buen guiso... «son la sal del mundo» (en palabras de San Josemaría).

Pues de igual modo, lo mismo, podríamos aplicarlo a las noticias económico financieras, o a las sociolaborales. Los medios de comunicación, que se transmiten por cualquier formato, encabezan con grandes titulares las noticias más pesimistas que circulan desde Japón a Washington. O desde Finlandia al Cuerno de África. Tal parece como si los «Cinco Jinetes de la Apocalipsis» se hallaran a la vuelta de la esquina. Pues nada más lejos de la realidad. Ya que realidad ha sido –y sirva de ejemplo– el pueblo japonés. Que ha sabido renacer de la mayor catástrofe natural y nuclear desde la II Guerra Mundial. De ahí parte mi empeño en decir que «de otras peores hemos salido».

Las posibilidades del ser humano, ante la adversidad no tiene límite. Ni para lo bueno ni para lo malo. Por tanto, no nos puede extrañar que exista una parte de la sociedad corrupta si los miembros que la componen lo son. Pero afortunadamente existe hoy, existió ayer y lo hará mañana, quienes sepan poner el bien donde se instaló el mal. La paz, donde existe la guerra, entre hermanos, padres, hijos o naciones. El amor, donde hay odio. Y la generosidad, donde reina la envidia.

Porque en tiempos de calamidades de cualquier tipo y en cualquier ámbito surgen quienes «escriben recto, con renglones torcidos». Simplemente creer que «no hay por qué tener miedo». Si acaso, sí temor de las consecuencias de nuestros propios actos. Sí a las repercusiones de nuestra falta de fe, en la persona humana, y en su dignidad. Y sí al pretender el ir «por libre» en la vida, como si de nuestros actos no dependiese la felicidad o infelicidad de otros.

De tal modo que si cada cual cumplimos con nuestro deber, con nuestro trabajo y con nuestras obligaciones, la sociedad cumplirá de igual modo con nosotros, y por tanto nadie dudará de «que de esta también se sale».

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