Volver al cine

19 de Diciembre del 2011 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones)

Siete son las artes que nos hacen la vida más feliz: la arquitectura, la música, la danza, la escultura, la literatura, la pintura y el cine. Éste, el séptimo arte, es la denominación que suele darse al maravilloso espectáculo de la cinematografía. Hay que tener en cuenta la gran dificultad que entraña una definición a priori del «arte», que podría abreviarse, en el sentido técnico, como conjunto de medios, prácticos o intelectuales, para llegar a un fin.

Al comienzo de un nuevo año puede ser tiempo propicio para emprender nuevas inquietudes o recuperar algunas abandonadas. Volver al cine puede ser alguna de ellas, que, por dejadez o motivos personales, se han aparcado. Hace algún tiempo nos contaba un amigo que después de una larga pausa por problemas familiares, había recuperado la afición al cine, prometiéndose a sí mismo asistir a las salas para visionar como mínimo dos películas al mes.

El arte cinematográfico reporta enorme placer, enriquecimiento y alimento para el espíritu humano, pues nos brinda resortes necesarios para su vivificación. El cine, al igual que el teatro, siempre y cuando tenga una cierta carga profunda, sirve para despertar la conciencia y la consciencia. Huelga señalar que para entrar en una sala de cine previamente es muy conveniente conocer la clase y nivel de la proyección que vamos a presenciar, y en función de los gustos particulares de cada uno. Y no hace falta estar impuestos en tecnicismos, basta que sirva el espectáculo para satisfacción del espíritu y la formación que nos puede aportar su desarrollo.

Hay un tiempo para cada cosa, en cuanto a su duración nos referimos. Como espectadores somos muy beligerantes en este aspecto en cualquier acto al que asistimos, lo saben bien quienes nos conocen. Por tanto, salvo algunas excepciones, la duración de una película debe ser inferior a las dos horas. El autor/director Francis Veber, cuando estrenó «El juego de los idiotas» (90 minutos de duración), afirmó algo en lo que estamos absolutamente de acuerdo: «No entiendo a los que escriben una película de 2 horas 20 minutos para encontrarse con 40 minutos de escenas de sobra. Si la película se escribe con el ritmo adecuado, no será necesario recuperar nada durante el rodaje o en el montaje. La película ideal –sigue diciendo Veber– es aquella que debe durar 1 hora 30 minutos, y cuyo primer montaje mide 1 hora 32, lo cual obliga a arañar 2 minutos para acelerar el ritmo, sin que haya despilfarro de película». Y como en esto de la escritura deben controlarse también el espacio y su duración en la lectura, cerramos el comentario.

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