El retrato de Cascos
El retrato político del señor Cascos y su formación política jamás había mostrado una imagen más nítida a raíz de los acontecimientos que han protagonizado las portadas de los periódicos en los últimos días.
En primer lugar está el alarmante asunto de los Presupuestos del Principado para el próximo ejercicio. No se trata de un asunto baladí, en tanto estamos hablando de una parte más que significativa del PIB asturiano en su conjunto y que afecta directamente a temas tan importantes como la generación de empleo, la protección social y el bienestar mismo de todos los asturianos.
Aquí, Cascos renunció desde el minuto cero a un pacto de legislatura que hubiera otorgado estabilidad al Gobierno de Asturias o, dicho más claramente, nunca tuvo intención alguna de gobernar sino con los exiguos 16 diputados que le otorgaron las urnas el 22 de mayo.
Los motivos de esta negación, hace unos meses, habría que habérselos preguntado al señor Cascos. Sin embargo ahora, como decíamos, vista su disposición actual a prorrogar los presupuestos de Areces antes que aceptar la mano tendida que generosamente le están ofreciendo los populares asturianos, podemos decir que ya disponemos de datos suficientes para conocer esos motivos.
La realidad es que a este señor no le mueve más compromiso que el adquirido consigo mismo. Su objetivo nunca fue el de trabajar para Asturias, ni a tres ni a un turno siquiera. Sus verdaderas motivaciones no han sido otras que el rencor y la venganza contra sus enemigos, que no adversarios, políticos. Su único objetivo ha sido defenestrar al Partido Popular de Asturias, y la consecuencia de esto no ha sido otra que la inacción absoluta de su gobierno en este medio año, con su partido ocupado exclusivamente en una eterna campaña electoral cargada de victimismo, demagogia, teorías de la conspiración y un comportamiento de sus cargos más propio de un partido en la oposición que de un partido con responsabilidades de gobierno. Eso sí, un tipo de oposición destructiva; jamás se vio un mesías más destructivo en la historia reciente de Asturias.
Y es esta misma actitud destructiva la que nos lleva al segundo asunto que nos ocupa, y que no es otro que el asalto al Niemeyer. Este escabroso asunto, tan calculado y premeditado como predecible e inevitable, obedece a una visión totalitaria de la política en que priman valores tan propios de la derechona más rancia como el jarabe de palo y el chusquero ordeno y mando de cuartel.
En su línea, aquí tampoco ha habido voluntad alguna de negociación. La prueba la tenemos en el mismo análisis del discurso del señor Vallaure y sus colaboradores, empecinados en hacerse con el control en solitario de la gestión del centro desde el principio. Los argumentos sobre si las cosas se podían haber hecho de otra forma, de que la programación fuera mejorable o de que existiera un déficit de transparencia no dejan de ser espúreos, en tanto una cosa es cambiar las cosas y otra destrozar un proyecto que ha costado cuarenta y cuatro millones de euros a los asturianos, haciendo añicos la imagen y las ilusiones de una ciudad entera ante el asombro de propios y extraños.
Habrá que explicarle una vez más a estos señores que la función de un gobierno responsable es la de solucionar problemas y mejorar lo que haya que mejorar, pero nunca crearlos y destruir lo poco que ya hay. La política es otra cosa, la política es construir sobre lo que ya existe. Y, sin embargo, quizá los foristas deberían pensar en ir cambiando el famoso logo de las hormigas por uno con langostas.
Por si fuera poco, aún nos queda un tercer tema por tratar en este artículo, que no es otro que la indefinición política e ideológica, la inexistencia de un programa político y las evidentes carencias formativas de quienes deberían ser brazo ejecutor del mismo. Esta mezcla explosiva ya la hemos vivido ocho años con los gobiernos de Zapatero y conocemos perfectamente sus resultados: ocurrencias, improvisaciones, falta de rigor, contradicciones, inseguridad, desprestigio y desastre. Piensen si no en Cajastur, el mismo Niemeyer, la TPA, Xibraltar, cualquier declaración de la consejera de Asuntos Sociales, la candidatura por Madrid o el último pacto antinatura con UPyD en el Congreso de los Diputados.
Con todos estos ingredientes, juzguen ustedes en manos de quién estamos, cuál es su retrato y qué imagen estamos dando. Ahora nos enteramos de que la primera exposición del nuevo Niemeyer será del casquista Favila. Lo próximo puede que sea una exposición de cuadros seleccionados por María Porto. El retrato de Cascos, sin embargo, ya lo tenemos claro.
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