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De bien nacidos es ser agradecidos

25 de Diciembre del 2011 - Carlos José Perdigones Gómez (Jerez de la Frontera)

Como soy muy refranero, quisiera comenzar esta carta con dos refranes que darán explicación a lo que en ella comentaré a continuación: «De bien nacidos es ser agradecidos» y «Nunca es tarde si la dicha es buena».

Vienen ambos a colación de unos hechos acaecidos el pasado 2 de septiembre, en la ciudad de Oviedo, en un viaje de vacaciones que realizaba junto a mi hermana mayor, para enseñarle los encantos de la ciudad y de la comunidad autónoma.

Ese mismo día y como buen turista, nos dirigimos a cenar a la calle Gascona, para deleitarnos con vuestra exquisita sidra y algunos platos de la tierra, pues ya saben lo que se dice: «Donde fueres, haz lo que vieres».

Pues habiendo recorrido la calle para ver dónde nos sentábamos, al final nos decidimos por la sidrería-marisquería Asturias, donde un gentil camarero llamado Ignacio Alonso, nos atendió de maravilla. Junto a nosotros se encontraba un grupo de chicas que daban cuenta al igual que nosotros de unas sidriñas y unos riojas, mientras departían agradablemente sentadas en sillas o en las escalinatas.

Unos buenos gambones a la plancha y luego una carne, no recuerdo bien qué fue el inicio del mal trago, nunca mejor dicho, que me ha hecho escribir esta carta.

Al primer bocado, advirtiendo un tanto cruda la carne, aquel trozo dijo que no pasaba. Y ahí empezó todo. Por más esfuerzos y líquidos que ingería buscando ayuda para bajar aquel trozo, no había nada que hacer. La cosa se fue poniendo a peor, hasta el punto que aquellas agradables señoritas, a saber: Marisol, Ana, Ascen, Masun, Marta, Belén y las restantes que se encontraban allí, fueron ellas, algunas profesionales de la medicina y la enfermería, las que junto a Ignacio y otro señor hicieron esfuerzos para, aplicándome la maniobra de Heimlich e introduciéndome los dedos, intentar desatascar el atragantamiento.

En vista de la imposibilidad de conseguirlo y viendo que me ponía por momentos cianótico, decidieron llamar a los servicios de emergencias del SAMUR, los cuales llegaron con tal prontitud que me pareció que pasaron segundos. Éstos, a saber, Lucía (médico), Cristina (ATS), Santi y Dani (técnicos), de inmediato me introdujeron en la ambulancia y tras las preguntas de rigor, tranquilizar a mi hermana y realizarme las operaciones de urgencias, me dejaron dormido y trasladaron al Hospital.

Me cuentan que al llegar a urgencias del Instituto de Silicosis, me atienden Emilio (médico), Isabel y Laura (enfermeras) y dos auxiliares de los cuales no he podido recabar nombres, a la vez que José Luis (esposo de Marisol) que se encontraba también de guardia esa noche. Pruebas van y vienen y yo sin enterarme de nada.

A la mañana siguiente me despierto en la uci de Silicosis del Hospital General de Oviedo, donde Marisa, una agradable enfermera, me atiende e interroga sobre mi estado y me desconecta todos los tubos que me habían conectado. De igual forma todas las compañeras de Marisa se interesan por mi estado, así como los médicos de turno que allí se encontraban. Todos con un impresionante agrado.

Posteriormente, me pasaron a la planta cuarta de neumología, donde todo el personal, enfermeras, médicos, me atendieron con una amabilidad exultante, hasta el momento de mi alta médica, para poder continuar recorriendo vuestras bellas calles y conociendo vuestra incomparable tierra.

Gracias a todos y cada uno, incluso a los no nombrados por no tener los datos, pues gracias a vosotros y vosotras hoy puedo seguir vivo, otra persona en días anteriores por la misma causa no tuvo la suerte que yo tuve, como leí en la prensa local, de ahí, si cabe, más grande mi agradecimiento a todos.

Pero he de tener un recuerdo especial para las que ya por siempre y para siempre serán mis ángeles de la guarda: Marisol y su marido, José Luis; Ana, Ascen, Masun, Belén y Marta, siempre estuvieron ahí, siempre apoyando a mi hermana en su soledad en ciudad desconocida. Y claro está, a Ignacio, que no paró de preguntar por mi estado.

Gracias, muchas gracias a todos y todas de parte de mi esposa e hijas y, claro está, mías, pues gracias a todos vosotros y vosotras, puedo decir que estoy vivo.

PD. Un solo pero, porque de todo ha de haber en la viña del Señor, el propietario de la sidrería, más preocupado en cobrar la consumición que por el estado en que se encontraba uno de sus clientes.

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