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En recuerdo a Rosa Esbert

20 de Diciembre del 2011 - Araceli Rojo Álvarez

El currículo profesional de Rosa Esbert es extenso y cualquiera puede conocer su faceta científica a través de sus publicaciones, cursos, tesis dirigidas o por su participación en comités internacionales. Pero a los que la hemos conocido lo que nos ha calado más hondo ha sido su faceta humana. Es difícil expresar con palabras estos sentimientos cuando los afectos se enredan por el medio.

Yo siempre he sido una persona práctica, de mínimo esfuerzo y que he prorrogado las responsabilidades hasta el último momento. Llegué a Facultad de Geología de Oviedo por una mezcla entre rebeldía y esnobismo. No quería ser médico como mi padre y mi abuelo me había metido el gusanillo de los minerales.

Cualquier profesor de la Facultad podrá decir que he sido una estudiante del montón y un poco vaga. No acababa de verme como geóloga y tenía dudas sobre mi vocación.

Sólo cuando me encontré con Rosa en la asignatura de Petrología Aplicada tuve claro que no me había equivocado y que en el futuro quería ser como Rosa Esbert. Ella nos introdujo en el mundo de las rocas bajo otra perspectiva, la piedra era un material complejo, con vida propia, que respiraba, envejecía, se deterioraba, pero que también podía curarse. En sus clases me subí mentalmente, por primera vez, a un andamio y pude observar de cerca el escudo del Reconquista y la torre de la Catedral. Durante sus lecciones viajábamos por España, a la catedral de Burgos, al Museo del Prado, y también por Italia, donde Rosa había trabado amistad con Marisa Tabasso, otra autoridad mundial en piedra monumental. Siempre patrimonio histórico o edificios de interés. Era perfecto, viajes, historia, arte y siempre la piedra de fondo. Todo ello aderezado con sus anécdotas, sus referencias y sus contactos.

Todo esto hizo que me pusiera las pilas y empezara a vislumbrar mi futuro profesional.

En esas fechas se murió mi padre y la necesidad de labrarme un futuro y no ser una carga en casa comenzaba a ser acuciante. Acabé la carrera y apoyada por David comenté con ella la posibilidad de empezar una tesina y así trabajar en su grupo. Fue muy clara, me contó la situación de otros doctorandos y su futuro incierto en la Universidad, pero me animó a trabajar con ganas y me aceptó en su equipo.

De ahí hasta ahora, que con mis socios, formados también en el grupo de alteración, vivimos de la geología y de la restauración, hemos compartido con Rosa andamios, copas, sesiones de gabinete, reuniones, viajes y cariño. Siempre fue un poco madraza, preocupada por sus polluelos y siempre pendiente hasta el último momento de nuestros problemas y necesidades.

Nunca podré olvidar el viaje que hicimos Rosa, Carlota y yo a Venecia hace más de diez años. Íbamos a un congreso, pero nos faltaban horas para visitar edificios de interés, callejear por las zonas poco turísticas, hacer compras, sentarnos en las terrazas de los canales y ponernos tibias de helados y ensaladas de rúcula. Lo pasamos fenomenal. Siempre hablábamos de repetir ese viaje.

Rosa era fuerte, accesible, entrañable y fundamentalmente vital y arrolladora. Mi vida siempre ha estado ligada a este tipo de personas. Irrepetibles, esenciales, entregadas, apasionadas y que son capaces de cambiar su entorno más próximo, e incluso la vida de los que los rodean. Cómo no, Rosa será siempre Rosa y por supuesto será siempre parte de mi pasado y por supuesto de mi futuro.

Ojalá hubiese más personas como ella.

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