Federico bocazas
Suelo levantarme entre las seis y las siete de la mañana. Duermo mal y a esa hora ya estoy harto de dar vueltas en la cama. Desayuno y a continuación tengo que tumbarme en el sofá para, según la prescripción médica, aplicarme calor húmedo en los ojos. De manera que guiado, más que por el interés o el gusto, por la compatibilidad de los actos, escucho a Federico Jiménez Losantos en su La mañana de Federico.
Lo que de él me entretiene es oírle proferir lo que a primera vista llamaríamos insultos, pero que dados los destinatarios de sus invectivas, no es otra cosa que, en vez de nombrarlos por su nombre propio o por el común derivado de la función que debieran ejercer, nombrarlos por el ejercicio execrable que practican.
Pues bien, le oigo y me resulta chocante. Chocante por engreído y pedante. Y no porque yo tenga en baja consideración a los que presumen de lo que son. No, Para nada. Al contrario, les doy más valor, siempre y cuando, en todo momento, tengan de qué presumir y demuestren que son atinados en su autovaloración.
No me parece que sea el caso el del señor Jiménez Losantos, que, desde su pedestal de hombre cultísimo y sapientísimo, no sólo se dedica a llamar ladrones, traidores y otros epítetos vejatorios a los que lo son, sino que hace mofa o critica de forma altisonante a aquellos que simplemente usan una expresión, para él, poco académica por su significado literal o por la dicción que el uso ha adulterado. Y claro, quien tanto desbarra frecuentemente acaba con el culo en el barro.
En el día de hoy menciona F. L. el reclamo que Rosa Diez hace a Rajoy para que se modifique la ley electoral. A lo que Rajoy, entre otras cosas, viene a decirle que está pasada en su apreciación porque, dice Rajoy, está diciendo que es poco menos que un fraude. Y salta Federico: ¡Sí! ¡Sí, es verdad! ¡Es un fraude! ¡Claro que es fraude! ¡Y además es una estafa! ¡Y además!
Ave María purísima. Esto lo digo yo. Un hombre tan culto. Un hombre que lo sabe todo, el súmmum en lengua y literatura. Un hombre que ayer estaba poniendo de ignorante a no se quien que había hablado de lanzar palabras, como si esa expresión fuera absolutamente aburrada, siendo como es absolutamente correcta, usada por personajes ilustres de la literatura y la filosofía, amén de por otros no menos ilustres en otros campos. Pero, ¿sabe realmente Federico el significado de fraude, estafa o es que sufre algún tipo de delirio durante sus verborreas sin freno?
Dice hoy: En la época de Franco había 800.000 funcionarios en una población de unos 40 millones, y para la población actual de 46, 47 millones, 3 millones doscientos mil funcionarios, o sea, continua, para un 8% que ha aumentao, aumentao, la población.
Lo que tenía que haber aumentao era su deplorable conocimiento de las matemáticas más elementales. Dónde habrá aprendido éste a hacer cálculos porcentuales. ¿6, 7 millones el 8 % de 40 millones?
Tengo que volver a decirlo: Ave María Purísima.
Ay Federico, a veces, una cotorra sobre un pedestal de gelatina me pareces.
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