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El pretérito perfecto

3 de Enero del 2012 - José Antonio de Lillo Cuadrado (Moreda)

En LA NUEVA ESPAÑA del día 7 de diciembre, hay un artículo titulado «Pretérito perfecto», que lleva como subtítulo «Técnicas para distraerse en discursos políticos y el mal uso de los tiempos». Firma el texto Ismael María González Arias. En él expone que, como el cargo lo obliga a asistir a presentaciones de libros, charlas, conferencias «... tuve que desarrollar técnicas de supervivencia..., de salvación..., de concentración», según el contenido de la conferencia. La ocasión del artículo le salió al encuentro en la presentación de un libro.

Si me llamó la atención un título tan gramatical, no lo hizo menos el subtítulo. En un primer momento busqué y rebusqué la relación que podría haber entre los discursos y la forma verbal en cuestión y, como si se tratara de un reflejo condicionado, me asaltó aquello de «la velocidad con el tocino» y lo de «el culo con las témporas», que hubiera dicho Camilo José Cela. Y seguí con el cantar: ¿qué tendrán que ver los discursos con el pretérito perfecto? La luz se hizo cuando el autor (a quien, seguramente, cogió por sorpresa la situación) dice en el último párrafo que advirtió «la desproporcionada cantidad de veces que (el autor del libro) repetía el pretérito perfecto en su perorata, por lo general, como ocurre siempre con los asturianos, mal empleado. He ido cuando debería decir fui...».

Es aquí donde empieza este comentario. Para buscar explicación al uso del perfecto compuesto «he venido», en vez del simple «vine», se me ocurren dos posibles razones: una, la influencia de los medios, especialmente la TV (que ya es un miembro más de la familia) y la radio. No tanto la prensa escrita porque (según las estadísticas) la letra produce alergia. La segunda puede ser la percepción de que «he dicho» es más «elegante» que «dije» por venir de fuera. Y, en nombre de una supuesta «elegancia», la «forma compuesta» se «dispara» cuando alguien tiene delante un micro, una cámara de TV, un estrado o unas hojas para leer en público, como también se «dispara» el dedo meñique al tomar la taza de café.

Los asturianos sabemos (consciente o incoNscientemente) que «he hecho» es de origen «transmontano» (al sur del Pajares), frente a los «cismontanos» (al norte de este puerto), que usamos habitualmente «hice». Imagínense: vestirse de gala («he venido») para las fiestas (una charla...) y traje de faena («vine») para los días laborables (conversación en el lenguaje «en qual suele el pueblo fablar a su vezino»). Para Jesús Neira, usar en Asturias «he venido» es una «ultracorrección»: ir más allá de lo que se considera correcto (para los asturianos, «vine»). Es «ultracorrección», por ejemplo, «bacalado», con «d», porque existe «bacalada», también con «d». El hablante hace sus cuentas: si «-ao» es deformación de «-ado», «bacalao» lo será de «bacalado». También entra en la «ultracorrección» (en Asturias) «Le vi» en vez de «Lo vi» («vilu», en traducción asturiana). Me parece que el término es un eufemismo que oculta lo que dice el autor del artículo: «Es que no saben hablar». Se escapa de lo «ultracorrecto» decir «Las fabes», en un intento de conciliar a los «transmontanos» con los «cismontanos». Tal contubernio pregona al alto la lleva el origen «transmontano» de quien lo profiere.

Que el castellano tenga dos perfectos («vine» y «he venido») es porque la lengua distingue lo que la realidad también distingue. No tienen el mismo valor. De ser así, la lengua (los hablantes) se habría encargado de eliminar uno, como sucedió con otras formas verbales. Pero esto ya excede de la intención de este comentario. El uso del «perfecto simple» en vez del «compuesto» es un rasgo de «identidad» (no como lo entiende el nacionalismo) de los asturianos y no hay razón para sustituirlo sin más. Nos entendemos y nos entienden.

Casi al final, hay un juego (no exento de humor) con los «tiempos perfectos»: Como cuando éste (el autor del libro) dijo «y debería haber dicho».

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