El precio de mal vivir
El calor de un hogar, la protección y calidez de una habitación en la que poder soñar,la tranquilidad de un rinconcito donde compartir momentos indescriptibles junto a los tuyos, la conformidad y satisfacción de saberte protegido en tu pequeño trozo del mundo o la simple necesidad de encontrar un refugio para tus pensamientos y vivencias. Cosas insignificantes para algunos e inalcanzables para otros. Simples ilusiones para quienes ni siquiera pueden permitirse soñar con tenerlas en algún momento. Porque hoy, a día 23 de diciembre de uno de los años más duros para aquellos que sólo cuentan ahora con recuerdos de mejores etapas, pagamos incluso por aquello que no disfrutamos. Pagamos por querer ser mejores, por querer superarnos a nosotros mismos, pagamos por la felicidad, y esta a veces nos la arrebatan tras años de esfuerzo para conseguirla. Y así, familias enteras que ven rotos días y días de trabajo para poder contar simplemente con el derecho de tener una pequeña esquinita para vivir dignamente. Y así, desahucio tras desahucio como si fuera el primero. Y lo peor no son esas historias que se rompen con cada casa derribada. No. Porque aun habiéndose quedado sin aquello por lo que lucharon, esos que pierden deben volver a empezar para seguir pagando cada pedacito de hogar que se les acaba de escapar. Porque se hace imposible mirar con optimismo a un futuro incierto pensando que será mejor, cuando lo más parecido a un lugar que tienes en la sociedad es una calle vacía de mísero pero necesario dinero, y llena de deudas por afrontar.
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