De normalidades

31 de Diciembre del 2011 - José Manuel Fueyo Méndez (Oviedo)

Tras la celebración de una jornada electoral, algunos comentaristas resumen el acontecimiento diciendo que todo transcurrió con «normalidad democrática». Pues eso: con normalidad democrática los dos partidos mayoritarios, si es que son dos de verdad, siguen jugando al tenis entre ellos, sin que aparezca un tercero que les pueda poner firmes; con normalidad democrática un partido obtuvo cinco escaños y otro con muchos menos votos logró dieciséis; con normalidad democrática los amigos de los terroristas consiguieron más escaños y, por ende, más sueldos que nunca; con normalidad democrática seguiremos probablemente sin poder marcar más que dos «x» en la declaración de la renta, porque las otras se empeñan en ponerlas ellos; con normalidad democrática todo apunta a que seguiremos teniendo cifras altísimas de paro, casos de corrupción más o menos frecuentes, enchufismos, televisiones autonómicas manipuladas y despilfarradoras y demás chiringuitos... Con normalidad democrática seguirán mandando los de «les perres». En la consistorial ovetense la normalidad democrática parece que va asociada además con el insulto y las trifulcas entre concejales, no contentos con haber dejado las arcas municipales vacías. Que alguien les dé tranquilizantes antes de comenzar las sesiones, «porfa».

Cambiando de tema, desde aquella campaña político-mediática, en virtud de la cual parecía que el 90 por ciento de los pederastas eran curas y el 90 por ciento de los curas éramos pederastas, hubo gente que quedó convencida de que las cosas eran efectivamente así. Y, desde el «catedrático» de taberna a los anónimos catedráticos comentaristas en internet, pasando por algún catedrático universitario ovetense, cuando quieren criticar a un eclesiástico en particular o a la Iglesia, en general, consideran normal recurrir al argumento de la pederastia. El caso es que una buena parte de esos catedráticos son padres de familia, que parece que ignoran que el mayor porcentaje de pederastas, con mucha diferencia además, lo representan lamentablemente los padres de las víctimas. ¿Les gustaría que los demás utilizásemos normalmente este argumento contra ellos?

Para argumentos «normales», los que utilizan los defensores del aborto. Hace días escribía en este diario el jefe de prensa de no recuerdo qué ente, diciendo que en materias como el aborto «la sociedad va por delante de las doctrinas» (sic). ¿Acaso los abortistas son «la sociedad» y los no abortistas no lo somos? ¿Aprendería nuestro hombre esta doctrina en la Facultad o en una carnicería? ¿Qué significa eso de ir por delante? Como no sea por delante en el camino de la muerte o en el camino hacia el precipicio... En fin, de las normalidades anormales, líbranos Señor.

Un estudio realizado por la Universidad de Chicago revela que los que más felices nos sentimos en el ejercicio de nuestra profesión somos los sacerdotes, seguidos, por cierto, por bomberos y fisioterapeutas. Considerando el valor relativo que tienen las encuestas, no voy a decir que el resultado del estudio me parece normal, pero ahí queda el dato. Lo que sí me parece normal, aunque no sea normal, es que algunos medios habitualmente críticos con la Iglesia ignorasen la noticia de marras. Normal, normal, que les provoque sarpullidos.

Además de detractores, también tenemos defensores, que, en caso de apuro, recurren normalmente al argumento de Cáritas y de lo que la Iglesia le ahorra al Estado. Servidor también utiliza ese argumento en alguna ocasión, pero quizá no sea tan normal abusar del mismo, porque la caridad samaritana debe vivirse, pero no cacarearse demasiado: el halago propio desvirtúa el compromiso caritativo. Esa publicidad, necesaria y hasta obligatoria, se hace normalmente por otros medios, entre ellos la hoja diocesana «Esta Hora», que se ha tomado unas largas vacaciones y, según se rumorea, va a aparecer pronto encartada en este periódico. Con todos los respetos para los promotores de la idea, a un servidor no le parece normal esta mezcla, por la misma razón, más o menos, que no me parece normal mezclar chocolate con café con leche. Ambos son buenos desayunos, pero por separado.

José Manuel Fueyo Méndez, párroco de Nuestra Señora de Covadonga, Oviedo

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