Urdangarín o la sombra del Titanic
Pronto se cumplirá un siglo de un hecho que por sus alcances quedó indeleble para la Historia. Cuentan que los más avispados escucharon tan sólo una rasgadura. Cosa de poco para un barco a prueba de mares. Después todo fue nada y a continuación recuerdo.
En estos días suena la rasgadura de una tremenda fuga de dinero público –una entre tantas– cuya escasez ahoga a muchas personas de este país que, muy a duras penas, pueden seguir creyendo ya en casi nada de casi nadie.
Varias cosas tiene este pueblo en contra de sí y algunas a favor. De las primeras, unos políticos chaqueteros, siempre de acuerdo con todo con tal de que venga de arriba; una disipación mental perdida entre fútbol y tele que le impide abordar la realidad, y una desunión histórica hacia el mal ajeno que lo convierte en vasallo. A favor, una formación cada vez más extendida y más completa, un dominio creciente de las redes sociales y un aguante que mengua al ver cómo su padre muere en una lista de espera porque el sueldo del médico que debía atenderlo se fue en pagar vacaciones, zapatos o actos oficiales. Cuesta creer que tan sublimes instituciones no tuvieran el temple de ayudar a las familias expulsadas de sus hogares por una hipoteca. Duele pensar en la cama de la abuela colocada a intemperie o en unos padres enloquecidos porque les arrebatan sin clemencia el techo de sus hijos. Todo va bien mientras que no se descubra y mentar a los parados –que en ciertas bocas es blasfemia– es sólo bien parecer pues ni interesan ni preocupan a nadie.
Quizás esta nación, brava como siempre y culta como nunca, decida un día unirse y ejercer su soberanía en forma de leyes nuevas, transparencia y poner las bases de un nuevo sistema político que, con los mismos argumentos que el «Titanic», deje su impronta para la Historia.
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