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Cambiar en un plis plas

31 de Diciembre del 2011 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

La deuda es la trampa, el cebo. Por tanto, ningún gobierno de izquierdas inculcaría la necesidad de la deuda para el consumo en sus ciudadanos, ni siquiera para el consumo de necesidades básicas, y mucho menos para el consumo de necesidades no vitales. La deuda sólo sería asumida por parte de una empresa, de tal forma que ésta podría ir pagándola con el valor añadido de su producción. Puesto que los asalariados no somos empresarios con valor añadido, sólo podríamos endeudarnos si llegásemos a fin de mes sobrados, es decir: cuando, junto con las pagas extras para hacer un colchón, ahorrando con la devolución de Hacienda y llevando una vida austera, fuésemos capaces de ese superávit; sólo entonces podríamos permitirnos tener una deuda. Difícilmente un asalariado puede permitirse el lujo de tener deudas sin hipotecar o poner en peligro su libertad, y esa es la cuestión: ¿quién nos quiere libres? Por eso, una ideología de izquierdas debería aborrecer de la deuda para los asalariados, y procurar que los ciudadanos satisficieran sus necesidades más básicas y perentorias por medio del Estado. Pero aunque la mismísima Constitución habla de que todos tenemos derecho a una vivienda digna, del dicho al hecho... Va la deuda y la hipoteca, y, como no, la traición de una izquierda que alabó la deuda como método, el no-esfuerzo como ambición, y la no-formación (un fontanero gana más que un ingeniero) como objetivo profesional. ¿Para qué ir a la universidad? Necesitamos operarios, decía la patronal que no invertía en desarrollos tecnológicos y robotización. ¿El libre-pensamiento desde la ética del esfuerzo colectivo...? Eso no debía ser apropiado.

F G, lo tuvo claro desde el principio: ayudas europeas, venta de empresas públicas... Prejubilaciones... La deuda y las ayudas (macizar para picar el anzuelo) permitirían el consumo y el consumo nos haría libres ¡esto es socialismo y libertad! (en estado impuro, claro) Pero en este mundo la mafia es ilegal porque le hace la competencia a los que detentan el poder (esos desconocidos que hacen más educadamente lo que tienen que hacer), ya que la mafia, si no pagas las deudas, te rompe las piernas y... ¡No es eso! Lo legal es que empieces a usar las piernas para pagar la deuda; que las piernas ya no son tuyas, ni las manos siquiera. A eso se le llama pérdida de soberanía. Cuando llegó Aznar: ¡oh! Ese era un profesional. ¡Todos a trabajar en la construcción que genera mucho empleo manufacturero! Incrementemos la demanda de viviendas para vivir, y de segunda vivienda para «folgar», por medio de créditos blandos (¿de verdad hay créditos blandos que no haya que pagar?). Y así se comenzó esa pompa de jabón que luego se llamó burbuja inmobiliaria. Pero Aznar, aunque facilitó la deuda privada, no dejó la deuda pública en peligro, además, hizo lo que le correspondía siendo de derechas. Pero claro, llegó ZP, el inconmensurable socialista y, sin medida alguna, estableció que lo importante era el consumo y la deuda propiciatoria; todo es bueno y todo el mundo es feliz, ¡qué somos socialistas! Y la burbuja inmobiliaria hervía de especulación, no era que se pidiera un crédito para algo productivo, ¡no! Era socialismo en forma de burbuja que bullía en la cabeza de todo aquel que se considerase un progresista feliz. De paso, ¿qué tal el Cayenne como objetivo social? (al Bugati no se llegó según creo). El obrero ha muerto, abrid paso al futuro.

Ahora llegó el futuro. Miren, como no creo que dimitan todos los cargos que el PSOE tuvo en los últimos treinta años y que aún siguen ahí, pues ¿qué quieren que les diga? ¿Qué tal un Partido Liberal de Izquierda Social y su versión de Partido Liberal de Asturias? Vamos: cambiar en un plis plas. Treinta años perdidos.

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