La liturgia de la traición
Dice Antonio Gamoneda en un fragmento del poema "La descripción de la mentira": De la verdad no ha quedado más que una fetidez de notarios, una liendre lasciva, lágrima, orinales y la liturgia de la traición.
A juzgar por los hechos que a diario se consuman, probablemente Gamoneda tenga razón cuando su inspiración advierte que uno de los pocos usos involucionados de la verdad es la liturgia de la traición.
Desde Judas Iscariote hasta nuestros días, la traición alimentada por las debilidades humanas se fue vistiendo y revistiendo de tantas singularidades que a menudo la ignominia se confunde con el honor, la falsedad con lo auténtico. Seguramente, dentro de todas las posibles, la traición más usual, por repetida, infringida a la colectividad, es aquella que nace de la acción política, de la confianza depositada por el ciudadano en unos principios programáticos sustentados por una filosofía concreta que más tarde, en el quehacer diario de la gobernanza, se ven pervertidos por preceptos sometidos a la liturgia del arbitraje de los mercados, culto que basa su expansión y supervivencia en el principio liberal de la no intervención del estado. Principio que siguen sin rechistar ambos lados de la Cámara.
Todo huele mal en torno a la verdad política: desde el discurso enredado en la falsa promesa cuya finalidad es el logro del poder, hasta el ejercicio mismo de la responsabilidad ejecutiva que disfraza su acción de un servicio social que, en demasiadas ocasiones, poco o nada tiene que ver con la realidad.
Pero de todas las traiciones políticas la que más le duele al ciudadano, por la incapacidad de reacción inmediata y el rastro maloliente que deja tras de sí alcanzando incluso las más altas esferas de la Administración Regional, causantes del nombramiento equivocado, es la que nos convierte en una sociedad bananera sin principios éticos. Me refiero a la verdad puesta de manifiesto por la Intervención General del Estado sobre las conclusiones de la auditoría de los gastos de personal de la Autoridad Portuaria en 2010. La indecencia practicada por aquellos que tenían el deber y la obligación de devolver la gratitud de la confianza depositada en ellos, se salda, entre otras cuestiones absolutamente reprobables, con la desvergüenza de una subida salarial mientras veían sin ruborizarse una rebaja del 5% en el salario de los funcionarios públicos. Caiga sobre los responsables todo el peso de la ley y sobre Tini Areces el final de su carrera política. La regeneración creíble del partido socialista pasa por acciones concluyentes.
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