A las calderas de Pedro Botero
Entre mis recuerdos de infancia conservo la imagen que mi pía madre me transmitió sobre el purgatorio. A diferencia del infierno, donde (antes de los nuevos descubrimientos de la termodinámica) tú te achicharrabas con tus culpas por haber sido malo, en el purgatorio eran tus pecados veniales los que ardían en una pira central que las buenas almas contemplaban desde la barrera, a la espera de acceder a un mejor destino cuando éstos se consumiesen completamente.
Una versión insultantemente cínica de ese distanciamiento con las propias culpas es la que hoy exhiben altísimos dirigentes socialistas ex miembros del Gobierno y capitostes de sus innumerables aparatos de poder –que, habiendo contraído responsabilidades intransferibles en la crisis perfecta institucional, económica, social y ética (España no merecía gobiernos que le mintiesen ¿eh, colega alquimista?)– en la que han sumido a nuestro país, se refieren a ella, en su renovada rebatiña por el poder en la oposición, desde una falsaria y pretendidamente impune distancia, como a un sucedido circunstancial al que fueran totalmente ajenos.
Más morro que mil demonios tienen estos angelitos.
Julio L. Bueno de las Heras
Oviedo
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