Sobre la evaluación de los docentes
La consejera de Administraciones Públicas afirma que la evaluación del profesorado es irrenunciable y deja muy claro su objetivo: garantizar la eficiencia de su trabajo, es decir, su capacidad, su competencia en la función en la que está destinado, ligando esa eficiencia a un incentivo económico. Sin embargo, considero, como docente desde el año 1979, que en educación es mejor hablar de eficacia, ya que los efectos, los objetivos a conseguir, son, al igual que en sanidad, el fundamento y horizontes de todo el sistema. En este sentido, para saber lo que es eficaz se deben tener claras las metas: ¿Qué enseñanza queremos conseguir? La enseñanza es un derecho y es al Estado a quien corresponde garantizarlo a toda la ciudadanía por igual. Pero la igualdad no significa dar a todos lo mismo, la misma cantidad de recursos humanos y materiales según ratios, porque entonces en la carrera por la adquisición de las competencias algunos parten con mucha ventaja y de lo que se trata es de garantizar llegar a la meta en las mismas condiciones.
La enseñanza pública, que atiende cada vez más a un alumnado con serias carencias de todo tipo, necesita recursos económicos y humanos, y no que éstos se despilfarren en evaluaciones de diagnóstico o pruebas Pisa, que no conocemos su eficacia porque no está claro el para qué. O mejor dicho, si está claro: medir la eficiencia, término ligado con la rentabilidad económica y desligado de la educación pública que busca la eficacia. Aunque los responsables de su desastrosa puesta en escena han demostrado su total no sólo ineficiencia, sino, utilizando un término educativo en evaluación, «ineptitud».
Si queremos que los alumnos adquieran unas competencias (otro término que no encaja con lo público y sí con lo privado), deberíamos plantearnos antes de realizar las pruebas revisar los exhaustivos contenidos curriculares de todas las materias, imposibles de impartir en seis horas diarias de clase y ni siquiera adecuados a los exámenes tradicionales.
Subtítulo: No conocemos la eficacia de las pruebas Pisa porque no está claro el para qué se hacen
Destacado: A veces tengo la sensación de que cada año dedico más tiempo y energías a rellenar papeles, que nadie lee, que a mis clases
Parece que es imprescindible que los docentes seamos evaluados. Ante esta afirmación mi reacción es de perplejidad, dejo de lado otros términos como indignación, irritación, enfado. No nos manipulen, ni tampoco a la opinión pública con afirmaciones que dejan a quienes las hacen en el más grotesco ridículo, sobre todo si tienen algo que ver con la enseñanza.
La situación es totalmente esperpéntica, Almodóvar encontraría un material excelente para sus guiones cinematográficos. Parece ser que nuestra eficiencia se va a valorar con un cuestionario que mentes privilegiadas (por el poco tiempo que parecen haber empleado) adoptaron para aplicar a los docentes.
Voy a permitirme ser atrevida y algo descarada y afirmar que los docentes somos los funcionarios que rellenamos más registros sobre nuestra actividad diaria en el trabajo.
Hacemos una programación de nuestra asignatura a impartir en cada nivel educativo, en la que establecemos los posibles ajustes a realizar en la atención a la diversidad; la atención al alumnado con la materia pendiente; al alumnado repetidor, al alumnado en aulas hospitalarias, etcétera, que está en la Consejería de Educación desde mediados de octubre. Al finalizar el curso escolar, elaboramos numerosas memorias: por profesor, tutores, jefes de departamento, según modelos oficiales, sobre el grado de cumplimiento de los objetivos, es decir, lo eficaz del medicamento aplicado. ¿Quién analiza todos esos registros que contienen una importantísima información para evaluarnos?
Lo mismo sucede con numerosos papeles que los docentes cumplimentamos diariamente. A veces tengo la sensación de que cada año dedico más tiempo y energías a rellenar papeles, que nadie lee, que a mis clases. Puedo enumerar: el cuadernillo de la tutoría, donde quedan reflejadas las actividades que realizamos con el alumnado, las reuniones semanales con el Departamento de Orientación, las entrevistas con los padres (aquí el evaluador puede comprobar, sin necesidad de cuestionario alguno, que en muchas ocasiones recibimos a los padres fuera de nuestro horario de trabajo), etcétera; las actas mensuales de las reuniones de equipos docentes; las actas semanales de las reuniones de departamento, donde el evaluador puede comprobar, sin necesidad de cuestionario alguno, el seguimiento de la programación y los ajustes o modificaciones que se realizan, así como su causa; actas de las reuniones de evaluación; las adaptaciones curriculares significativas; los permisos y justificantes de las salidas extraescolares; el cuaderno de clase que recoge el trabajo diario con los alumnos; etcétera, etcétera y etcétera. Podría continuar demostrando la ineficacia del cuestionario con el que se pretende evaluar nuestra competencia como funcionarios, pero ya es suficiente y debo dedicar mi tiempo y energías a la corrección de exámenes, evaluar al alumnado aplicando rigurosos criterios de calificación, preparar las clases y plantear planes de trabajo y recuperación para las próximas vacaciones.
Señor consejero: no me niego a que me evalúen, sino que se lo pido encarecidamente para que todo este papeleo que hacemos sea eficaz. Pero no me ofenda con ese improvisado «examen» totalmente ineficaz.
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