El abeto, el árbol de Navidad
¡Felices Navidades! a las familias reunidas en torno al «belén» que han puesto sus hijos. Hoy os narro la historia de la figura más humilde: el abeto.
Hacia el año 618 d. J. C. en los bosques alemanes regados por el río Rhin, cerca de Oberwersel, llegó San Goar predicando el evangelio que hacía con gran emoción y entusiasmo de los hechos y milagros de Jesús, el Señor. San Goar observó cómo al atardecer los aldeanos rodeaban un gigantesco abeto y empezaban a llamarle a voces y pedir su protección ofreciéndole alimentos y animales de sus corrales; se acercó y les preguntó si sabían quién era el abeto y su historia. A lo que contestaron:
–Tanto no sabemos.
–Yo la sé –dijo San Goar–, la aprendí de mis abuelos... Es así: Hace unos seiscientos años, a Belén de Judá llegaron San José y Santa María, de la que nació el niño Jesús por obra del espíritu Santo. Como no los quisieron en la posada, tuvieron que ir a un establo protegido por un gran abeto como este vuestro... Tenían frío, mucho frío. San José hizo fuego en la chimenea; la mula y la vaca también les dan calor; ellos en medio... Así nació Jesús, el Hijo de Dios...
Y resultó que el abeto vio cómo corrían hacia el portal pastores y pastoras con sus regalos: manzanas, naranjas, peras, plátanos, dátiles, patatas, tomates, cebollas....; pan, queso, agua y vino en sus jarras, leche, aceite, huevos...; también veía que tanto las gallinas y pollos, patos y conejos como corderitos y cabritos iban contentísimos de ser regalados por sus dueños para el Niño Jesús; y al mismo tiempo escuchaba a los manzanos, naranjos, perales y demás frutales (cómo se ponían contentos y orgullosos) que decían unos a otros: «Allá van mis manzanas para Jesús», «¿Veis qué naranjas más buenas lleva mi ama?», «¿Y mis peras?»... Y también oía: «¿y mis tomates... y mis cebollas?»... Y dijo la cordera: ¡Cómo acarician a mi corderín!»...
Y este gran abeto se dijo... «Y yo no tengo nada para dar a Jesús; tan sólo estas piñas rojas que no se comen; ¡qué pena tengo!, ... Y se echó a llorar. Y dijo: «Jesús, no tengo nada...». Cerró los ojos llenos de lágrimas y se durmió.
Y preguntó San Goar a aquellos alemanes:
–¿Sabéis lo que ocurrió después?
–No, no, sigue, dínoslo tú.
Y los niños y niñas, en silencio, se acercaron más a aquel santo.
–Pues ocurrió lo más hermoso que he visto leyendo el Evangelio de Jesús que escribió San Lucas –dijo mostrando el libro: que empezó a nevar y todo se cubrió de nieve.... Y después hizo mucho frío y heló. Y las lágrimas del abeto, que son la resina amarilla, que colgaban como bolitas, cuajaron en el hielo, y lo mismo los carámbanos de algo de nieve que antes de helar se había derretido; parecían cristales con colores del arcos iris y, entre la nieve cuajada de sus ramas, aparecieron sus piñas rojas limpias y vistosas... ¡Cómo relucía el abeto con la suave luz de millones de estrellas y de la delgada Luna en su cuarto creciente.
Y el ángel Gabriel, que había anunciado a los pastores el nacimiento del Niño Jesús, y el Coro de los Ángeles, al ver el gran abeto, se pusieron en sus ramas y allí cantaban: «¡Gloria a Dios en el cielo y en la Tierra paz para todos los hombres...!» Y la gran estrella que guiaba a los tres Reyes Magos se colocó en la rama más alta del abeto y se dijo: «Aquí me verán ellos, los pastores y pastoras y me estaré quieta para que sepan que estoy señalando el lugar del Señor Jesús». Y su cola hecha de miles y miles de pequeñitas estrellas fue pasando por las ramas, rodeándolo desde abajo hacia arriba, quedando todas sobre la nieve de abeto. Y la luz de Dios inundó al abeto, que todos veían y los guiaba.
Se despertó el abeto y vio que todos estaban allí adorando a Jesús; también él se dobló un poco y le adoró. Y vio que todos le miraban y decían: «¡Qué hermoso abeto hay aquí!»
Se despertó Jesús y, mirando a todos, movió sus manos. Levantó sus ojos para ver al abeto y le sonrió. El abeto, con poca voz, le dijo: «Jesús, todos te dan algo y yo no tengo nada; sólo tengo lo que soy, un abeto sin nada, sin nada, pero me doy a Ti, soy todo tuyo; todo yo para ti: ¡Todo!...» Y vio Jesús muy contento que le decía: «¡Gracias, abeto, gracias! Yo te buscaré para descansar a tu buena sombra».
Y concluyó San Goar:
–La humildad, la pobreza y la entrega total del abeto fue el mejor regalo que tuvo Jesús esa noche. Por eso, en estas tierras de Alemania, para celebrar la Navidad, pondremos siempre al Niño Jesús al pie de un abeto; y colgando de él, nuestros regalos para los niños y los pobres.
Y aquellos alemanes transmitieron esta narración de padres a hijos y nunca se olvidó. De ahí la costumbre cristiana de adornarlo, ponerle la estrella en lo más alto y colgar de él los regalos.
José Fuentes y García-Borja, canónigo de la Catedral de Oviedo
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