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Sin paisanos no hay paraiso natural

4 de Enero del 2012 - Amable Gonzalez Fernandez (Sobrescobio)

Parafraseamos aquí la exitosa serie de televisión Sin tetas no hay paraíso con el fin de dar respuesta a los artículos que GEOTRUPES viene publicando en este diario, en los que se defiende la tesis de que el abandono del campo favorece la recuperación de los paisajes naturales.

Para empezar habría que recordar que en Asturias no existen paisajes naturales en sentido estricto, entendiendo por tales aquellos que han estado al margen de la acción humana en su proceso de configuración. Desde los bosques más emblemáticos, caso de Muniellos, Peloño o Redes, a los pastizales subalpinos cimeros de los Picos de Europa, todos han sido durante siglos objeto de una acción antrópica sostenible que ha perdurado hasta tiempos recientes, en unos casos en forma de aprovechamientos madereros y en otros mediante el pastoreo de rebaños queseros de cabras, ovejas y vacas.

El monte ha sido y es para la Asturias rural su principal unidad productiva, y no entenderlo ni administrarlo así implica enterrar su principal recurso, y con él las posibilidades de desarrollo sostenible de nuestros pueblos, en tanto esta unidad territorial juega un papel fundamental en la generación de excedentes económicos que permiten la supervivencia empresarial de las explotaciones agrarias. Como ejemplo, en los montes de mi concejo, Sobrescobio, pastan como promedio seis meses al año 1.884 cabezas de ganado, (1.563 vacas, 155 cabras y 166 ovejas), ¿se imaginan cuál sería el coste de mantenimiento de esta cabaña ganadera si no se dispusiera de pastos comunales? Es fácil de calcular, a una media de 2 /cabeza por 186 días sale una cuantía total de 700.848 anuales, costes de producción inasumibles que implicarían el cierre de 49 explotaciones ganaderas y la desaparición de la actividad tradicional que configuró los paisajes del Alto Nalón, desde las praderías en los fondos de valle a las majadas en los puertos altos con sus cabañas y vegas.

Aprovechamientos ganaderos, forestales y cinegéticos en el monte han sido durante siglos fuente de ingresos complementarios para las exiguas economías rurales generadas en los dominios campesinos privados, de manera que los paisanos se incorporaron con fuerza como agentes modeladores de los paisajes que hoy percibimos. Traemos a colación el término paisano en su acepción segunda del diccionario de la RAE campesino, que vive y trabaja en el campo. No reconocer el papel activo de los paisanos en la configuración del mal llamado paraíso natural es obviar el peso de la tradición y la historia, pues el paraíso natural no es sino la yuxtaposición de paisajes integrados, es decir, paisajes en los que elementos humanos y naturales aparecen trabados en perfecta armonía; hasta tal punto es así, que la mano del hombre pasa desapercibida para el ojo poco adiestrado en la comprensión del paisaje. Hemos dado el paso acertado de proteger los paisajes que nos han legado nuestro antepasados, pero no hemos encontrado a día de hoy las fórmulas adecuadas para gestionarlos y conservarlos para el deleite de generaciones futuras.

Llevamos décadas dejando que la naturaleza campe a sus anchas por los montes asturianos; el proceso de debilitamiento demográfico experimentado en los últimos sesenta años y la perdida del protagonismo administrativo de las comunidades rurales en la gestión del espacio propio han desembocado en un estado lamentable de nuestros montes, que los enfocan irreversiblemente a catástrofes como la sucedidas recientemente en el Valledor o la vecina Galicia. Lo que desde GEOTRUPES se entiende como recuperación del paisaje natural no es sino una matorralización masiva de nuestros montes que los convierte en improductivos para los aprovechamientos ganaderos tradicionales extensivos y en un polvorín por la acumulación de biomasa altamente inflamable Yo no quiero que el valle donde nací y vivo corra la misma suerte que el Valledor.

Por otra parte, este proceso descontrolado de matorralización está íntimamente ligado con la perdida de biodiversidad y de especies emblemáticas, indicador de la salud de nuestros montes. Voy a poner un ejemplo, que a lo mejor es difícil de observar para los ecologistas de gabinete, pero no para los ganaderos que nos criamos en el monte y que aprendimos de las sabias lecciones de ecología funcional de nuestros güelos. En mi comarca, el Alto Nalón, los principales cantaderos de urogallos han coincidido con áreas de pastoreo estival, les mayaes, como sucede en Caso en la majada de Brañagallones, donde el topónimo ya es indicativo de esta relación. Esta majada cuenta con el contadero del Monte Redes a sus pies, monte que a su vez servía de materia prima a los vaqueros que fabricaban durante los tiempos muertos de la estada veraniega madreñas en esta vega de montaña, hoy convertida por desgracia en segunda residencia de fin de semana. El decaimiento de la actividad pastoril en las majadas y los cambios experimentados en la cabaña ganadera, orientada a un monocultivo bóvino cárnico en su práctica totalidad, con la consiguiente desaparición del ganado menor (reciella) a raíz de un aumento exponencial del lobo y de una políticas de primas a la producción más favorables al vacuno, se tradujo en un embastecimiento de los pastizales colonizados con rapidez por el matorral que dieron cobijo al jabalí, especie hasta décadas recientes con una presencia muy esporádica y altamente competitiva para especies como el urogallo o la perdiz, que han desaparecido de nuestros montes, pues son sus huevos un irresistible manjar para los suidos. Para sorpresa de los ecologistas amparados en la biología de la conservación, cuando mas ganaderos había en nuestro montes ejercitando la actividad pastoril extensiva, más urogallos, perdices y liebres había, por lo tanto más biodiversidad.

Para terminar hago un llamamiento a nuestros gobernantes sobre el estado lamentable en el que se encuentran los montes asturianos, hoy tierra de nadie, un recurso productivo que con una explotación bien ordenada podría ayudar a la Asturias rural a salir de la atonía demográfica y económica en la que se encuentra sumida, a la par que contribuir de manera efectiva a la conservación de los paisajes, especies y tradiciones culturales que hemos heredado de nuestros antepasados y que tenemos la obligación de trasmitir a las generaciones futuras en un auténtico ejercicio de desarrollo sostenible.

Amable González Fernández

Soto de Agues

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