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El aborto de las adolescentes

22 de Abril del 2009 - Pedro Bengoechea Garín

¡Vaya si viene más aborto y, además, el aborto de menores! Y de la forma como viene, no son pocos quienes, siendo mínimamente conscientes y responsables, más que rasgar las vestiduras y hacer de plañideras (como señalaba alguno) lamentan seria y profundamente la muerte, a veces, atroz de los seres más indefensos y vulnerables; de la misma manera que lo hacen no silenciando o quedándose indiferentes ante el horror de la muerte de tantos otros cuyos cuerpos escuálidos por el hambre o destrozados por los efectos de la guerra aparecen en el escenario diario de los medios de comunicación. No creo que existan tanto desconocimiento, incoherencia o cinismo en el pueblo español como para discriminar las atrocidades, que siempre tienen un denominador común: la inhumanidad de los que así obran. Lo que sí existe, cuando tienen lugar tales atrocidades, es la misma reacción de rechazo y condena por parte de todos. Es el primer paso en un largo proceso que nos tiene que llevar a la eliminación de todo aquello que nos destruye: el aborto, la guerra, el hambre, la injusticia… En consecuencia, nunca el aborto puede ser un derecho, sino un deber para todos de no permitírnoslo. Cuando una sociedad empieza a considerar el aborto un derecho y sus gobernantes lo facilitan poniendo los medios necesarios para eliminar a los no nacidos es que algo marcha muy mal y se produce una verdadera inversión de valores. Es la sociedad contra sí misma. Muy mal van las cosas cuando se está poniendo en marcha el potencial de la técnica y de la ciencia al servicio de la cultura de la muerte. Malamente se camina cuando un Ministerio, imbuido de la ideología de género, aboga por un derecho a la salud sexual y reproductiva que, paradójicamente, incluye el aborto procurado y libre, y, para más desfachatez, en menores de edad sin consentimiento paterno. Forma parte del ideario de nuestros actuales gobernantes. Lo cierto es que la impunidad con que podrán abortar las adolescentes de 16 años sin contar con sus padres y, consiguientemente, sin su asesoramiento y apoyo ha encendido todas las alarmas, producido una convulsión social y especialmente pavor en los padres, que no dan crédito a semejante barbaridad. De cualquier forma que se considere esta mala ocurrencia está expuesta a consecuencias imprevisibles y nefastas. Los 16 años figuran como período psicosociológico de transición entre la infancia y la adultez, en el que no se es niño, pero tampoco se tiene el estatus de adulto. De ahí que los elementos que configuran la personalidad del adolescente, el autoconcepto-autoestima, la identidad personal, los roles y estereotipos, la conducta social y sexual, incluso el razonamiento moral, son más propios de una etapa de transición que de término, a la que le falta por culminar los procesos de desarrollo en la etapa ulterior del adulto. Por lo tanto, los déficits o carencias que pueden arrastrarse se opondrán a la necesaria madurez psíquica y responsabilidad que exige la procreación y, por el contrario, sí podrían coadyuvar al desmoronamiento de los planes de la naturaleza. Es algo que deberían tener muy en cuenta nuestros legisladores y gobernantes.

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