A Peña Blanca no le sobra ni una piedra
El día 28 de noviembre del pasado 2011 asistí a un pleno del Excelentísimo Ayuntamiento de Laviana. Aclaro que lo hice en concepto de oyente y que era la primera vez que accedía a estos parlamentos locales. Por lo novedoso para mí fui tomando nota de todo y debo confesar que la idea que tenía de que la política «era el arte de hablar varias horas sin decir nada» se me ha venido abajo; pues en este pleno, que por cierto estaba pleno, observé orden, vi trabajo, noté respeto y hasta se apreciaba disciplina. Todos los puntos del día parecían importantes y por unanimidad de la mayoría de los ediles/edilas se fueron aprobando cuasi todos.
El interés de mi presencia, al igual que la de más de doscientas personas que llenamos y rebosamos la sala de sesiones, era el último punto a tratar, por lo que fui contando, recontando y visualizando a los esporádicos vecinos de los pueblos que configuran las parroquias del Condado y de Lorío, entre los que se encontraban niños de corta edad.
Sitúo al lector haciéndole saber que el motivo de esta concurrencia no habitual es para oponerse a la demolición de Peña Blanca, pues hay una empresa que quiere rentabilizarla aprovechando los áridos que de ella se derivarían. Sabido es que las empresas no tienen corazón y que la mayoría de los empresarios carecen de sentidos para ver la belleza, eso sí, tienen agudizados los del materialismo y aprovechando que algunas administraciones carecen también del sentido de la estética y tienen muy depauperado el de la ética, no les importa materializar sus pretensiones, importándoles «un bledo» los perjuicios a las demás personas y las agresiones a la naturaleza.
El Ayuntamiento de Laviana no se encuentra entre esas administraciones aludidas, pues todos los afectados nos vimos bien representados por nuestra admiración local, al converger con nuestra preocupación y manifestar todos los partidos políticos, su ánimo de hacer todo lo posible para evitar la explotación y el señor alcalde empeñar su palabra en el mismo sentido.
Ahora le toca al flamante Gobierno del Principado de Asturias mover ficha y demostrar que es capaz de deshacer los entuertos adquiridos por herencia y evitar que estos niños que asistieron al pleno y sus coetáneos no sufran la inhalación del nocivo polvo de la piedra.
Como notarán los lectores, soy uno de esos cientos que la hipotética extracción perjudicaría, pues a pesar de no ser nativo de esas parroquias, lo siento como mío, al enamorarme primero del guapo paisaje que resalta Peña Blanca y, después, de aquella chica de la aldea, con la que sigo unido después de siete lustros.
Apelo a la cordura de las autoridades competentes para que no liciten ese despropósito además de todo lo expuesto, despreciarían al Parque Natural de Redes y obligarían a nuestro inmoral don Armando Palacio Valdés a cambiar el título de una de sus grandes obras literarias por: «La aldea perdida y su entorno, destrozado»...
(Tres cosas tiene El Condado que no las tiene Gijón: El Torreón, Peña Blanca y la Cueva el Barrillón).
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