El pundonor de una atleta
Va a comenzar la «San Silvestre» de Avilés de 2011.
Llarina, una joven de 15 años, se encuentra con el resto de participantes preparada para la carrera.
Cuando dan la salida no la veo pasar, y me extraña. Bajo hacia El Parche y comienzo a contar las chicas que vienen subiendo por Galiana. Llarina, mi hija, va en el puesto número 13.
Llega a la meta en el 5.º lugar de la clasificación general femenina. ¡Me parece fantástico!
Pero ella llega con lágrimas de rabia: se ha caído en la salida y, ovillada en el asfalto para proteger su cabeza de posibles pisotones, ha tenido que esperar unos minutos interminables para incorporarse y recoger al otro lado de la calle una de sus zapatillas, que ha salido disparada.
Se calza como puede, oyendo las quejas de los que pasan temiendo pisarla. En aquel momento no advierte siquiera la enorme rozadura del hombro, quemado al rasparse con el asfalto, ni las heridas de sus rodillas y sus manos. Todo su cuerpo está magullado, pero ella sólo corre hacia la meta.
A pesar de la mala pata, es la primera en su categoría: juvenil femenina.
Pero Llarina ve cómo son llamadas a subir al podio tres atletas que han llegado tras ella. Ese día todo parece conjurarse en su contra.
Trata de obtener una explicación del presidente del club organizador de la prueba, que es su propio club, el Avilés Atletismo: ni su nombre ni su dorsal aparecen en el listado informático.
(Llarina corría con el dorsal 2496, lo que en un principio era muestra de buenos augurios, ya que ella nació un 24 de noviembre del 96)
Probablemente, la inscripción, hecha por el propio presidente de su club, no se había efectuado correctamente.
Hasta aquí, nada especial, cosas que pasan.
Han transcurrido diez días y nadie se ha puesto en contacto con ella para tratar de encontrar una explicación. Es una pena que se desasista a los deportistas, cuya misión es la práctica del deporte que los apasiona, y no tienen por qué entrar ni salir en asuntos que no son los meramente deportivos.
Muchas veces, como en la vida misma, los campeones no son los que se suben al podio de los vencedores.
(Pequeño homenaje a Llarina Martínez García, quien –a pesar de su corta edad– encajó el traspié con deportividad y, desde abajo, contempló a las aplaudidas con la mirada más limpia que he podido ver jamás)
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