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Verdades y mentiras sobre la crisis

31 de Enero del 2012 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Hace casi tres años (febrero 2009) se publicó en esta misma sección una carta que titulé «La crisis perfecta». Para mi desgracia, y para la del común de los ciudadanos, la situación ha caminado ostensiblemente a peor. Desde entonces se han rebasado con creces alguno de los augurios que citaba, aunque bien es verdad que tanto entonces como ahora estaba lejos de sospechar que, por ejemplo, se consumaran sendos golpes de Estado en dos países de la mal llamada Unión Europea. Claro está que en esta ocasión no fue cosa de los militares, pues tanto en Grecia como en Italia la sublevación corrió a cargo de los malditos «mercados» financieros.

El verdadero drama de esta sinrazón que estamos viviendo, al que se niegan con pertinaz empeño los dirigentes europeos, nace exactamente ahora hace diez años con la implantación del más absurdo de los inventos, como fue el de la moneda única. A diez años vista, el resultado no puede ser más demoledor, por mucho que pretendan adornar las teóricas bondades del depauperado euro. Para empezar, mientras que a Alemania un euro le representó el valor de dos marcos, a España le costó algo más de ciento sesenta y seis pesetas. De no ser que las previsiones de futuro de la moneda las hicieran sobre un tablero de Monopoly, cuesta trabajo creer que pudiera funcionar la pretendida equidad entre los países que pertenecemos a este engendro europeísta. La brutal diferencia de poder adquisitivo entre los países ricos y pobres de Europa, en la que España pertenece al segundo grupo, ha sido una de las claves que justifican la debacle y el desmoronamiento en el que nos hallamos inmersos.

En estos diez años los salarios, que por lo visto quieren hacernos creer que son el origen de este desastre sin precedentes, han crecido, en el mejor de los casos, un 14 por ciento, mientras que el coste de la vida, sin contar con la borrachera inmobiliaria, se ha incrementado hasta casi el 70 por ciento. Si alguien en su sano juicio todavía sigue creyendo en las bondades de la moneda única, creo sinceramente que debía hacérselo mirar. Pero con ser dramática esta palpable realidad, lo verdaderamente escalofriante es la criminal especulación que pesa sobre la moneda única, haciendo inviable de todo punto la propia supervivencia por la insaciable voracidad de un nutrido número de especuladores pertrechados detrás de la mafia de los «mercados».

Cuando Aznar llegó al Gobierno de España la deuda de nuestro país se situaba en torno al 65 por ciento del PIB. Ahora, cuando acaba de empezar a gobernar Mariano, la deuda es algo más elevada, pero nada que pudiera considerarse descabellado, puesto que se sitúa alrededor del 70 por ciento. Cabe preguntarse, por tanto, cuál sería la escandalosa diferencia de estabilidad de la deuda española desde 1996 hasta ahora. Posiblemente puedan existir respuestas más técnicas, aunque seguro que mucho menos nítidas, pero la realidad pasa por que hace quince años imperaba el llamado sistema monetario europeo y ahora todo se circunscribe en torno a la maltrecha moneda única. Ahora, y tomando como ejemplo el primer recorte de la era Rajoy, estimado en unos nueve mil millones de euros, tendremos oportunidad de comprobar cómo va a resultar ineficaz por completo, del mismo modo que lo fueron los más de dieciséis mil que recortó Zapatero. El recorte del anterior presidente se diluyó tan rápido como quisieron los «delincuentes» que controlan los mercados, con sólo elevar durante unos pocos días la famosa «prima de riesgo» hasta cerca de los quinientos puntos, volviendo a encontrarnos con la adusta realidad de continuar debiendo más que antes de recortar miles de millones, generalmente a los menos pudientes.

Ahondar más en las causas que dieron origen a esta delicada situación sólo supondría un ejercicio de flagelación inútil. Modestamente, creo que la posible solución a esta sangrante realidad sólo tiene dos salidas posibles. La primera de ellas, y la menos deseable, es la que pasa por terminar yéndose definitivamente todo al carajo. Tal vez la ceguera tradicional de los políticos, con independencia del color, les siga impidiendo ver la gravedad de la situación, pero quienes vivimos apegados a la realidad de la calle observamos atónitos cómo cada día crece el número de honrados ciudadanos que ya no les queda nada que perder, y eso sí que puede resultar muy peligroso. Cuando alguien se siente acorralado, impotente y con nulas expectativas de futuro para poder seguir manteniendo con un mínimo de dignidad a sus propias familias, posiblemente le llegue a dar lo mismo llevarse a quien sea por delante. Si además continúa creciendo de una manera tan dramática el número de personas en esa misma situación, las consecuencias pueden acabar fácilmente en catástrofe, y supongo que no haga falta reflejar aquí los episodios de violencia tristemente acaecidos en nuestro país.

La segunda solución, y lógicamente la más razonable, es la de poner los pies en el suelo de una vez por todas. Sé que es difícil, sobre todo para los grandes especuladores, admitir que el sistema capitalista, tal y como estaba planteado hasta ahora, ha terminado en un gigantesco fracaso. Es cierto que algunos sesudos líderes de «pacotilla», mundiales y europeos, convinieron en su momento que era indispensable refundar el sistema, pero se quedó en meras intenciones. Es evidente que nos faltan dirigentes de la talla de Churchill, De Gaulle o Adenauer, pero con un mínimo de inteligencia claro que es posible salir de este pozo sin fondo. Además de llamar las cosas por su nombre, las grandes decisiones han de pasar en primer lugar por eliminar las especuladoras agencias de calificación de riesgo, curiosamente patrocinadas por los mismos estados a los que luego atacan sin piedad. De nada sirve un Banco Central Europeo que, por ejemplo, tiene prohibido adquirir deuda soberana de los países de la Unión, pero que más tarde lo hace en el mercado secundario a unos tipos de interés mucho más altos. Como tampoco sirve que ese mismo Banco Central inyecte hasta medio billón de euros, con b de burro, para que las entidades financieras tapen sus desastrosos desfases. ¿Se imaginan ese medio billón de euros en circulación de particulares los beneficios que podrían acarrear? Deben admitir de una vez por todas que la clave no está ni en los recortes ni en la contención del déficit. Estados Unidos o Gran Bretaña tienen superado ese corsé y no por ello van peor que el resto de los países de Europa, al revés, tiene índices bastante mejores.

En fin, podría seguir enumerando un buen número de soluciones posibles, pero mucho me temo que será lo mismo que clamar en el desierto. Mientras no se tenga claro si son antes los estados que los mercados no hay solución posible. Y mientras no se sepa si son antes las personas que los dividendos, el futuro inmediato de Europa se seguirá escribiendo con letras y números rojos. Ojalá no se repita la historia y no sean sólo las letras y los números los que haya que escribir de ese color.

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