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La raíz que lo genera sí paga su delito

10 de Enero del 2012 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

El mayor delito merece el mayor castigo y es lógico que pague la pena impuesta por una justa condena. Esto ocurre cuando la ley no es dictada por el hombre, pues la dictada por éste, ya se sabe, está hecha para ser violada y para que sus violadores, si son detenidos, dispongan de un recurso para salir indemnes de su violación. Sin embargo, existen otras leyes, no escritas, y que por tanto carecen de aplicación, cuyas penas inexorablemente se cumplen, y no me refiero a algunas tan evidentes como, por ejemplo, la de la muerte que lleva emparejada la vida. No, me refiero a otras que derivadas de la conducta humana podríamos considerar naturales por la lógica que las acompaña.

¿Por qué este rollito a modo de prólogo? Pues para exponer la reflexión que en mí desencadenó la respuesta de Rodrigo Rato a un periodista que cuestionó su salario en Bankia (2.340.000 euros): «Todos los salarios de Bankia son transparentes, han sido aprobados por sus órganos de gobierno y sometidos a las autoridades regulatorias».

Es decir, su salario es conforme a las leyes escritas vigentes y, consecuentemente, absolutamente legal; tan legal como lo son la subida de impuestos a quienes ya no tienen de dónde sacar para pagarlos, el aumento de cinco euros a los pensionistas que ganan quinientos, que haya cinco millones de españoles que quieren trabajar y no pueden mientras no sé cuántos, quizá otros tantos, que están en condiciones de hacerlo no quieren y se limitan a hacer que hacen haciendo nada y cobran por ello, ¡y cómo cobran! etcétera, etcétera. ¡He ahí el gran delito! ¡El que esté legalizado lo que debería estar calificado como delito tipificado! ¿Y quién es el consentidor para que esto sea así? El que paga el desaguisado. ¿Y quién lo paga? La raíz que lo nutre con su aquiescencia, su indolencia, su aceptación pasiva... llámenlo como quieran; en definitiva, quien no opone una resistencia resolutiva y definitiva. O sea, el de siempre, el sapientísimo pueblo de paupérrimo sentido común que sale en manadas agremiadas acudiendo a la llamada de quienes viven a su costa, sin acabar de enterarse, a pesar de la reiterada experiencia, que el bienestar general está aplastado por una losa tan pesada que, o todos a una, o a seguir piando mientras los espabilados de turno se van llenando, hasta que el estómago haga que el corazón prime sobre la razón y, entonces sí, se arme el gran follón.

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