Los jóvenes y las drogas
Los resultados de la última encuesta escolar sobre el uso de drogas, con cifras de estudiantes de Segunda Enseñanza de todo nuestro país en el año 2010, indican que ha bajado ligeramente el uso de algunas drogas, como el cannabis, la cocaína, las anfetaminas y el tabaco, aunque se mantiene el consumo de alcohol y aparecen nuevas sustancias en el panorama, con la utilización de las setas mágicas, el spice –una mezcla de hierbas más fuerte que el cannabis– y la ketamina, que es un analgésico utilizado en veterinaria que produce alucinaciones en las personas.
Un treinta por ciento de los chicos entre los 14 y los 18 años reconoce haberse emborrachado alguna vez en el último mes. Y el setenta por ciento consumió alcohol en el último año. Además, conviene tener en cuenta que existe una mayor proporción de consumidores entre las chicas en comparación con los chicos, y también hay un mayor porcentaje de chicas que se emborrachan, aunque sean los varones quienes beben con mayor frecuencia. También es mayor la proporción de chicas que la de chicos en el consumo de tabaco.
El alcohol es la sustancia que los adolescentes consideran menos peligrosa, pues menos de la mitad de los encestados piensan que tomarse cuatro o cinco copas sea negativo para su salud. Este es uno de los resultados de la encuesta que puede considerarse más negativo, por el peligro potencial que encierra la dificultad las tareas de prevención que se llevan a cabo entre la juventud.
Estos datos se pueden relacionar con apreciaciones que se vienen haciendo últimamente entre los expertos respecto al uso de alcohol, sobre todo, de la manera intensa y rápida del fin de semana de discoteca o «botellón». Así, se puede citar, por ejemplo, lo que dijo el doctor Carreño Rendueles en una reciente conferencia en Gijón: «Cuando la gente habla del “botellón” se queda en cuestiones sociales, pero el principal problema reside en que el atracón de alcohol produce unos efectos en el cerebro en formación de los adolescentes (...). Estaríamos hablando de una generación que tendrá una auténtica poda neuronal y que no podrá utilizar toda las funciones y rendimientos cerebrales». Por eso aboga por «programas preventivos con actividades que demuestren los efectos del “botellón” (...), un problema visible y relevante, pero que no es tanto social como de salud pública».
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