El reloj de mi abuelo
A la muerte de mi padre, el reloj de mi abuelo Francisco pasó a mi poder. Pese a que muchas veces está parado, la impresión que me da es la contraria: noto el tictac dentro de mí. Aunque el tiempo es implacable y distante, en este caso no lo parece así, me siento más cercano cada noche al compás de las vidas de mi abuelo y de mi padre. Imagino a mi padre con el suyo, allá donde pertenece el espíritu. Libres por esos lugares, y comentando las peripecias de esa vida terrenal que ya dejaron, tan llenas de argumentos inexplicables para ellos ahora. Ja, ja, menos mal que nos queda el reloj. Qué buena compra hice hijo mío. Ese reloj era de categoría, y así sigue, fiel a su cometido. Mi abuelo, mi padre y yo lo hemos cuidado pensando que, a pesar de que nos quiera medir el tiempo, el amor está por encima de su transición, y él lo sabe. Entenderá que, el día que la maquinaria no dé más de sí, no será obstáculo para ser recibido con todo el amor por el afortunado miembro de la familia elegido. Será arropado y cuidado con fervor y, de esta manera, transmitirá los preciados recuerdos que nos vinculan a través de los objetos, como es el amor de padres a hijos, que perdurarán para siempre.
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