Incendios forestales, fracaso Social
La estadística de incendios forestales en Asturias ofrece, desde que se comenzó a realizar con cierto rigor, una línea ascendente que, salvo años lluviosos, no para de crecer. Tenemos cada vez más incendios forestales sin que esta tendencia tenga visos de alterarse.
Se han invertido en extinción cantidades ingentes de dinero y se ha mejorado notablemente la actuación en cada siniestro, tanto desde el punto de vista de la efectividad de los combatientes como en medios materiales ligados a la extinción. A base de inversión pública disponemos de un colectivo profesional de primer orden.
En cuanto a las políticas de prevención, éstas han pasado por diferentes etapas destinando más o menos fondos públicos según la coyuntura económica del momento. Sin embargo, en líneas generales, el esfuerzo presupuestario también es considerable. Proyectos globales de prevención, planes forestales, planes de ordenación, cortafuegos, limpieza de repoblaciones, adecuación de viales... Toda una serie de actuaciones de diversa índole encaminada a atajar los incendios forestales.
Son las dos líneas básicas de actuación que la administración emplea para la lucha contra el fuego y en ellas se nos va una parte importante del presupuesto regional. Sin embargo, y a tenor de los visto en los últimos años en general y en las últimas semanas en particular, no son suficientes. No solo no son suficientes sino que no sirven para nada. De forma cíclica Asturias se quema por los cuatro costados, siempre en las mismas fechas y coincidiendo con una época de bonanza climática.
¿Cual es el problema entonces? Se trata de un fracaso social en toda regla, ni siquiera un problema político o administrativo sino un fracaso de la sociedad en su conjunto.
La realidad nos muestra bien a las claras que los incendios forestales no le importan a nadie. Como muestra baste señalar el tratamiento que los medios de comunicación regionales nos ofrecen de estos siniestros: la imagen más folclórica y anecdótica que puedan encontrar. El tratamiento mediático que se hace de los incendios está siempre ligado al amarillismo y al titular curioso, como en Allande que, mientras quemaba por los cuatro costados la noticia estrella en el concejo era la adquisición de una nueva estantería para el juzgado de paz. Raramente salen de la página de sucesos para instalarse en la zona seria de la prensa. Si nos vamos a la televisión el asunto empeora y las imágenes nos muestran a una serie de afectados que nos ofrecen su visión particular del suceso más o menos alarmada aderezado con escenas de acción o dramáticas para dar más fuerza visual, muy en la línea de programas tipo Lo-Que-Sea Directo
Sin embargo el incendiario, al que todos conocen en el medio rural, no es una persona denostada y repudiada públicamente. Es un honrado vecino como usted y como yo y tan respetado como cualquiera. Ahí es donde radica el meollo de la cuestión: mientras la sociedad rural no desprecie a estos individuos y siga viendo los incendios como algo normal, no avanzaremos gran cosa por mucho dinero público que nos empeñemos en invertir.
Pero aún hay otra cuestión primordial que nunca se trata aunque sea un secreto a voces. ¿A qué se debe tanto incendio forestal? Nadie piense, inocentemente, que se trata de casos de maldad gratuita o de pirómanos con patologías mentales. Como he dicho antes, son provocados por ciudadanos perfectamente normales pero con unos intereses muy concretos. La mayoría de ellos obedecen a intereses ganaderos, y comienzan, casi sin excepción, en zonas de pastos, sobre todo si hablamos de los incendios de finales de invierno.
Las sierras de Allande, Cangas del Narcea, Illano y tantos otros lugares con enorme carga ganadera se queman, una y otra vez y detrás de estos incendios están siempre las mismas personas y los mismos intereses. Pero aún resulta más sangrante que esos mismos ganaderos que están quemando el monte están percibiendo subvenciones agroambientales y añadiendo el monte quemado como área pastable que se suma a la explotación a la hora de contabilizar superficie para cobrar. Es decir, por una parte se gasta dinero público subvencionando ganado en el monte y por otra parte se destinan millones de euros a la extinción de incendios que los primeros provocan. Aún podemos ahondar: en el caso de Allande se construyeron mangas ganaderas, se desbrozaron zonas de monte, se realizaron cierres para ganado... y todo a costa de las arcas del sacrosanto Principado. ¿Qué obtuvimos a cambio el resto de la sociedad? la quema de miles de hectáreas con sus correspondientes gastos de extinción y coste medioambiental.
¿Porqué a ningún político se le ocurre eliminar las subvenciones en zonas quemadas y vedarlas al pastoreo? Pues porque los caballos y las vacas votan y los árboles no. Sencillo.
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