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Las enseñanzas de Buján

18 de Enero del 2012 - Juan García Alonso (Oviedo)

«Ha muerto Buján». Así de conciso; así de revelador fue el mensaje que apareció en la pantalla de mi teléfono.

Ha muerto un amigo, fue mi pensamiento instantáneo tras la lectura de semejante texto. ¡Qué mejor título puede alcanzar una persona que el de la amistad!

Porque Buján era, por encima de todo, un amigo. Personas más capaces que yo han expresado, con ajustada realidad, algunas (que no todas, era imposible) de sus muchas cualidades como persona, por lo que me rebelo a insistir sobre ello para centrar estas líneas doloridas al ámbito personal.

Un período que abarca, casi, cuarenta años en los que dio tiempo, especialmente en los diez o doce primeros, a hacer casi de todo y, en mi caso, a recibir una enseñanza que solamente interrumpió su muerte.

Compañero, ¡¡¡compañero!!!

El vinagre de este llanto, ¿con qué pañuelo lo seco?

Muchas afinidades y algunas proximidades (durante años él trabajaba en el tercer piso y yo en el quinto) permitieron que hablásemos casi a diario.

Cuando la vida laboral nos alejó, físicamente sobre todo, por su más que merecido ascenso profesional, los encuentros se fueron espaciando, aunque la ventaja de vivir en una población de mediano tamaño y de frecuentar los mismos espacios dio lugar a encuentros que se tradujeron en conversaciones, a veces fugaces, a veces prolongadas, en una cafetería.

Siempre, cada una de ellas, fue para mí una fuente de conocimiento del comportamiento humano, en su máxima pureza, pues hasta en sus críticas, generalmente políticas, nunca había resentimiento, tan solo deseo de corregir lo que, entendía, era susceptible de enmendarse en ese campo para mejorar el conjunto de la sociedad en la que le había tocado vivir, para lo cual me exponía razonables e inteligentes propuestas.

Incluso en sus diferentes períodos de enfermedad, cuando su dolorida columna le obligó a ayudarse de muletas en su caminar, mostró el mayor de los optimismos frente a la adversidad.

Son, sintetizados, algunos, muy pocos, de mis muchos recuerdos de, y con, José Manuel Buján, aparte de las luchas sindicales, en las que defendió los derechos de los trabajadores de mi empresa, casi siempre con éxito.

Tanto las enseñanzas como la convivencia en modo alguno han desaparecido con él, ya que el amigo continúa a mi lado en el recuerdo, como creo que continuará en el de quienes le han tratado en algún momento.

Compañero, ¡¡¡compañero!!!

Qué voy a hacer con mis ojos si de llorar ya están ciegos.

Juan García Alonso, Oviedo

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