Nepotismo y República
En el número de LA NUEVA ESPAÑA correspondiente al 4 de enero, el ínclito don Luis Arias Argüelles-Meres nos endilga un artículo titulado «Manejo y manojo de tópicos (lo obvio en el mensaje regio)».
Comienza, ¡cómo no!, con un proemio de Azaña, personaje que supongo que saldrá en todos los sueños de este curioso articulista, que ha debido de leer quinientas vedes «El jardín de los frailes». A continuación, con el empalagoso y recurrente procedimiento del digo y repito, hay una cadeneta de frases que empiezan con la muletilla «miren ustedes...». En alguna de ellas llama a los liberal-conservadores «canovistas» y a los liberal-fusionistas «sagastinos». Esto revela su concepción fulanista de la política. Además entraña una equiparación implícita de Rajoy con Cánovas del Castillo y de Pérez Rubalcaba con Sagasta, lo cual denota que tiene, de la etapa a la que se refiere, un conocimiento inferior al que proporcionan los libros de Historia que estudió en el Bachillerato.
«El Pardo les va tan bien a los peques, que, aún marchándonos nosotros, podrían vivir aquí, con el servicio y la compañía necesarios, y con una nurse para atenderlos y enseñarlos». Esto escribía Azaña a su cuñado Cipriano Rivas Cherif, poco tiempo después de ser promovido a la Presidencia de la República, tras una maniobra burda y anticonstitucional urdida por él y por Indalecio Prieto para destituir a Alcalá-Zamora. Dado que El Pardo era una residencia oficial y que don Manuel (como usted acostumbra a llamarle) se refiere a sus sobrinos políticos, mire usted, señor Arias:
¿No quería su idolatrado Azaña configurar una suerte de Familia Real? ¿No hubiera merecido (y apetecido) Rivas Cherif un título nobiliario?
Verdaderamente, ¡sí que ha estado usted regio, y nunca mejor dicho!: «... lo que presuntamente se le achaca al señor Urdangarín lo pudo haber cometido cualquier persona próxima a un presidente de la República que, como tal, no es inmune al nepotismo». La mitomanía no le permite completar el aserto: «... miren ustedes: hay antecedentes...».
Mire usted, señor Arias: una cosa es predicar y otra dar trigo...
Javier Méndez-Castrillón Rodríguez, Gijón
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