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Jesús Lobo, un maestro, un ejemplo

6 de Febrero del 2012 - Fernando Resines Llorente (Oviedo)

El domingo 15 de enero falleció un maestro. Jesús Lobo, nada menos que un maestro. ¿Qué cualidades hacían que Jesús fuera un docente especial? Una realidad evidente es que dejó huella por los colegios por los que pasó: el Aniceto Sela, el Guillén Lafuerza, El Pedregal, Llaranes y Gesta I. La sociedad nos propone continuamente ejemplos de personas a las que imitar. Seguir a los que son buenos ejemplos de honradez siempre está bien. Aunque también es verdad que son un bien escaso. Pero cuando uno se encuentra con un maestro implicado en su tarea ya no hay nada que imitar, hay que participar, comprender y seguir hacia delante, arrastrado por esa enorme fuerza de persuasión que es un humanista en el aula. Todo esto lo hacía muy bien Jesús.

El oficio de maestro siempre ha sido sufrido y humilde. Para que una persona destaque en este mundo callado de la educación tiene que tener una cabeza bien puesta. Platón decía que el Estado se gesta en la escuela. Jesús lo tenía claro: un maestro no puede renunciar a ejercer una fuerte influencia en el medio, no puede aceptar las cosas tal como nos las han transmitido. La educación es siempre una de las llaves del cambio social. Los planteamientos utópicos de Jesús lo convertían en animador más que sancionador, convencido de que la sociedad se gesta desde abajo.

Además Jesús contaba con una fuerza especial que era la clave de su personalidad: su empatía envolvente, el tener una palabra para todo el mundo, su dinamismo para evitar recetas hechas... Estamos hablando de un humanista, de un hombre que se preocupaba continuamente por los suyos, especialmente por aquellos alumnos más atrasados a los que él llamaba cariñosamente «mis potarros» (algo de menor calidad que un calamar), a los que había que sacar adelante. Si a todo esto unimos la honestidad y la facilidad para llegar a las personas, completamos el marco de autoridad moral que, en la enseñanza, se tiene o no se tiene.

La continua reflexión sobre su práctica docente y sobre lo que es hoy la escuela lo llevaban a ser hipercrítico con las autoridades educativas, en su siempre renovado afán de mejora. Además ponía en su práctica diaria sus gotitas de sana anarquía para hacer de la escuela un lugar menos monótono. Su afán por romper el tradicional aislamiento escolar lo llevó finalmente a ser profesor-animador de nuevas tecnologías. Su centro, el Gesta I, se convirtió en referente asturiano del buen hacer. Además asumió un importante papel como formador de educadores a escala nacional.

Este espíritu de superación y de creación de expectativas en el alumno lo unió a la voluntad de alcanzar metas nuevas, a planificar bien, a introducir la sorpresa en el aula. Siempre nos recordaba a sus amigos que enseñar es algo más que desarrollar un plan, que hay que interesarse por quienes son tus alumnos, que hay que confiar en sus posibilidades. Cuando tienes la suerte de que una persona así cae en tu centro o es profesor de tus hijos, te ha tocado la lotería. Porque la persona que enseña, la gran olvidada por muchos legisladores, es ella misma una invitación a explorar caminos nuevos, a huir de rutinas poco eficaces. Pero sin olvidar que lo más importante es la persona misma, el educador. Como decía el filósofo, explicamos lo que sabemos, pero enseñamos lo que somos. En este sentido, su ejemplo hizo de él una persona transparente.

Fernando Resines Llorente

Santiago Alonso Pérez

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