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El patriotismo español

22 de Enero del 2012 - Julio García García (Oviedo)

España es nuestra patria. Éste es un hecho objetivo. Igual que hemos nacido en una familia, nacimos en una nación, y aunque no las hemos elegido, tenemos con ellas unos deberes.

Pero ¿qué es una nación? ¿Qué es España?

La nación española es el resultado de un largo proceso histórico que culmina con los Reyes Católicos.

Entre los factores más importantes de este proceso hay uno fundamental, y es que los distintos reinos existentes en la Península tenían la nota común de la fe cristiana, lo que significaba el mismo modo esencial de entender al hombre, la familia, la vida, a Dios.

A principios del siglo VIII, la Península fue invadida por un pueblo que, por la violencia, pretendía dominarla e imponer una religión cuyos principios no coincidían con los cristianos.

La fe común de los reinos cristianos junto con su amor a la independencia les hizo sostener una lucha que duraría más de siete siglos. Lograda la unidad, España acometió la empresa de descubrir un nuevo mundo, al que llevaría su fe, su sangre, su idioma y su cultura.

Para que surja y permanezca una nación se necesitan un territorio y un Estado soberano, pero no bastan. Lo que determina y mantiene su unidad no son solamente los factores geográficos, étnicos, lingüísticos, usos y costumbres.

Si lo que determinase las naciones fuese lo espontáneo, lo natural, los nacionalismos separatistas regionales superarían al nacionalismo español, pues el tirón de la tierra, de lo próximo, es tanto más intenso cuanto más próximo.

Los nacionalismos más peligrosos para la unidad de España son los que plantean la nacionalidad sobre lo telúrico, lo nativo, el lenguaje, los usos y costumbres locales.

Para que un pueblo de un determinado territorio que alcanzó su unidad la conserve se precisa algo superior a lo natural, a lo espontáneo, a lo nativo, algo que tenga sus raíces en valores superiores y permanentes, capaces de suscitar una empresa común, un quehacer colectivo, superador de lo secundario, de lo accidental, de lo intrascendente.

Y esa empresa común ha de tener como fundamento la dignidad y la libertad de la persona, que están por encima de las diferencias étnicas, de condición económica, social, lingüística o cultural.

Esa dignidad y libertad de la persona son un don de Dios, que ha hecho al hombre portador de unos valores como son su capacidad de bien, de verdad y de belleza, y sobre esa dignidad de la persona y de las consecuencias que de ella se derivan ha de fundamentarse esa empresa colectiva que España representa.

El Estado ha de ser el motor y el servidor de esa empresa colectiva y no del interés de un partido, de una clase o de una región.

Los programas de gobierno han de servir para fortalecer ese destino colectivo, en la justicia y el bien común.

Pero ¿qué esta ocurriendo en España? ¿Dónde está ese Estado al servicio de esa empresa común? ¿Dónde se educa a los españoles en el conocimiento, el amor y el servicio a España como empresa colectiva?

Por el contrario, lo que tenemos son diecisiete comunidades autónomas con una estructura copiada del Estado, con sus presidentes, sus parlamentarios, sus equivalentes a los ministros, sus directores generales, etcétera, etcétera, con sus banderas, sus himnos, la exaltación de lo local, etcétera.

Asumidas competencias que en ningún caso debe ceder el Estado, y con la exaltación de las características locales, va resquebrajándose, y en algunos casos desapareciendo, el sentimiento de la patria común, del quehacer colectivo, con grave peligro de romper la irrevocable unidad de España.

Es verdad que de vez en cuando hay chispazos de patriotismo español, como en los casos de hazañas deportivas, pero son fugaces, se quedan ahí, y pronto, como la espuma, se disuelven, y vuelve lo tópicamente llamado «políticamente correcto» (o sea, lo patrióticamente incorrecto).

Perdido el sentido de España como empresa colectiva, «todo se disuelve en comarcas nativas, en sabores y colores locales..., ya no hay razón, si no es de subalterna condición económica, para que cada valle siga unido al vecino...».

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