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La cantada y fuga de Gabino

31 de Enero del 2012 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

El pasado 11 de junio de 2011, como consecuencia de los resultados obtenidos en las elecciones municipales del 22 de mayo, Gabino de Lorenzo tomó, por sexta vez consecutiva, posesión de la Alcaldía de Oviedo. Se había presentado para este menester, y los ciudadanos, aunque con el menor apoyo de todos cuantos recibió en sus anteriores mandatos, le volvieron a dar el respaldo necesario para que continuara rigiendo los destinos de este municipio; no para otra cosa. El abandono de esta responsabilidad, salvo causas de fuerza mayor, que no es el caso, constituye un fraude a todos cuantos le otorgaron su confianza, y, por añadido, a todos los ovetenses. Sabido es que en unas elecciones municipales, a la hora de votar, cuenta más el perfil del candidato que las siglas bajo las que se presenta; por esa razón, si el candidato del PP hubiese sido otro, también el resultado de los comicios hubiese sido distinto.

En más de una ocasión, Gabino de Lorenzo había manifestado que sus aspiraciones políticas empezaban y terminaban en la Alcaldía de Oviedo; declaraciones que, a juzgar por los hechos, no se correspondían con la realidad y solo ocultaban sus auténticas ambiciones. El fracasado intento de dar un salto a la política nacional, presentándose como cabeza de lista al Congreso en las elecciones generales del 9 de marzo de 2008, le hizo bajar del caballo y mostrarse más cauto, pero no menos ambicioso. El alborozo con el que recibió la decisión del Consejo de Ministros del pasado jueves, 5 de enero, nombrándolo delegado del Gobierno para Asturias, dejando, con gran alivio, la complicada situación que tenía en la Corporación ovetense, es suficientemente elocuente, estaba cantada, y muestra, sin atisbo de duda, que tenía mucho más interés en satisfacer su ego personal que en cumplir con las obligaciones que había contraído, con las que, públicamente, se había comprometido.

No cabe duda que Gabino, durante sus tres primeros mandatos, ha hecho una extraordinaria labor en Oviedo y ha sido un buen alcalde. El cuarto mandato solo sirvió para demostrar que ya se habían agotado las ideas y no dejó de ser más que una mera transición para pasar a un quinto en el que ya estuvo prácticamente desaparecido. Al sexto no debió ni presentarse; pero, si cometió este error, lo que no debió de hacer nunca es intentar corregirlo con otro mayor: emprender la fuga. Lástima que un político de valía, que podía haber pasado a la historia local con gloria, por no saber retirarse a tiempo y tratar de perpetuarse más allá de lo razonable, vaya a dejar tan lamentable borrón en su expediente. Si el cargo de delegado del Gobierno le hubiera llegado en una situación de disponible, como hubiese sido deseable, podría haber sido un premio a su trayectoria y a la fidelidad a su partido; no así, sembrando muchas dudas.

Lo que queda por ver es el efecto que el nombramiento de tan destacado enemigo del actual presidente del Principado, otrora ferviente admirador, pueda tener en la política regional. Aunque los delegados del Gobierno suelen ocuparse más bien del orden público, a través de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, y a protocolarios actos de representación del Gobierno central, el hecho es que la Constitución les reserva otras funciones que pueden chocar frontalmente con las propias del Presidente regional, lo que, llevadas al extremo, asunto nada descartable dado el carácter de los personajes, pueden generar más de un conflicto. Si, desgraciadamente, esto se materializara, sería lo único que le faltaría a Asturias para no levantar cabeza en mucho tiempo. Esperemos que el sibilino intento de Rajoy de poner una dura penitencia a Cascos no la tengamos que pagar todos los asturianos; sería muy lamentable, no entendible y difícilmente perdonable. El tiempo será testigo.

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