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Sufridores de un pésimo servicio de salud

26 de Enero del 2012 - Belén y Rosa Pereiro (Oviedo)

El pasado mes de octubre, mi familia comenzó a vivir la pesadilla de la enfermedad de un ser querido, mi hermano José Ángel. Ante sus fuertes dolores de espalda nos dirigimos al médico de cabecera, el cual le remite con fecha 11 de noviembre al traumatólogo. El 16 de dicho mes, acompaño a mi hermano a la consulta del trauma, el cual tras visionar nuevamente las radiografías insiste en que se trata de artrosis, recetándole calmantes con morfina.

Como José Ángel lejos de mejorar empeoraba día a día y los dolores también aumentaban, solicitamos consulta con la unidad del dolor y nos dan cita para dentro de tres meses, en concreto para el 16 de febrero.

El 24 de noviembre, ingresa por urgencias en el Hospital Central (edificio de Silicosis) y se le diagnostica días después un cáncer de pulmón con metástasis en vértebras y costillas, sin posibilidad alguna de curación.

En esos momentos verdaderamente duros y dramáticos para toda la familia, siguiendo el protocolo habitual en estos casos nos conciertan consulta con el servicio de oncología, al cual acudo en compañía de mi hermana con fecha de 14 de diciembre, siendo recibidas por un doctor que, tras indicarnos el estado de gravedad de mi hermano, nos pregunta que qué esperamos de él, a lo que respondemos que esperamos ayuda para tratar que nuestro hermano pueda sobrellevar la enfermedad con un mínimo de calidad de vida. De manera despótica nos contesta: bueno, ¿qué entienden ustedes por calidad de vida? Porque para usted calidad de vida puede ser tomarse un café, para su hermana pasear por la playa con una amiga y para mí tirarme a la vecina del quinto. Desconcertadas por su tono y por su respuesta le preguntamos, intentando suavizar la conversación, qué teníamos que hacer para que no tuviera dolores, a lo que nos contesta en el mismo tono maleducado: Nadie se muere de un cáncer de pulmón contento. Ante estas respuestas rompo a llorar y abandono la consulta y el doctor reacciona en el mismo tono, preguntándole a mi hermana: ¿Qué le pasa a ésa? Juzguen por ustedes mismos si el trato recibido por este señor es el que se espera recibir de un médico especialista en oncología ante el drama de la enfermedad terminal de un ser querido.

Y, para más inri, en la consulta había un fuerte olor a tabaco.

Mi hermano falleció cuatro días después, había cotizado 50 años a la Seguridad Social y todo ello para recibir un diagnóstico equivocado, una consulta para la unidad del dolor con tres meses de espera a la que no pudo asistir porque se murió antes y el trato vejatorio que sufrimos sus dos hermanas por parte de este personaje que por mucha preparación técnica que tenga no esta capacitado para ejercer la medicina pues además de conocimientos al médico debe exigírsele un mínimo de humanidad.

Con servicios de salud como éste tal vez es más práctico dirigirse directamente a los servicios funerarios, allí por lo menos tratan a la gente con delicadeza y educación.

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