Persecución religiosa
Se ha desencadenado contra los cristianos en esos países africanos –y en otros del continente asiático también– en los que el fundamentalismo radical tiene arraigo y presencia. Los cristianos y católicos, por el mero hecho de serlo, son asesinados salvajemente en templos e iglesias. La última salvajada, por ahora y cuando esto escribimos, ha sido en Nigeria, con doscientas cincuenta personas masacradas cuando oían misa en su iglesia. Noticia sobrecogedora que apenas tuvo repercusión en los medios nacionales, e incluso alguno lo ha silenciado. Y respecto a ese mundo hipócrita que se dice defensor de los derechos humanos –tan inhumados en esos países–, no habido protesta o reacción alguna. Mutis. Un vergonzoso silencio. Claro que si esto hubiera ocurrido con otra religión, la que sea, la indignación se hubiera desbordado por todas partes.
Desde los albores del cristianismo, allá en la Roma pagana y corrompida de unos césares bestiales, como Nerón, los seguidores de Cristo sufrieron siempre persecuciones y martirios –entonces, crucificados o siendo pasto de fieras salvajes– por todas partes, sobre todo en países orientales. Cuántos misioneros han sido asesinados salvajemente por el delito de llevar a esos pueblos del Tercer Mundo la fe, la cultura y el saber, la paz y abrirles las puertas a un mundo mejor, sin hambrunas ni miseria. Y esto nadie lo ha hecho mejor, con tanto sacrificio y amor que los misioneros de Cristo, que sí son sus mejores representantes en la Tierra. Ellos son los mejores, sí.
Ni el mundo, ni la ONU, ni nadie puede permanecer impasible ante esta persecución y ataques a cristianos y a sus templos, o habrá que pensar que están conformes con ello. No. Esto hay que atajarlo y evitarlo como sea, o habrá que volver a los tiempos de las catacumbas.
Ricardo Luis Arias
Aller
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