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Asturias, «paraíso natural»

30 de Enero del 2012 - José Ramón Rodríguez Fernández (Oviedo)

La expresión que encabeza este pequeño escrito no está mal si lo que pretendemos es atraer turistas que vengan a visitar nuestra tierra y nos dejen alguna compensación; pero pienso que también hay que ser un poco más serios y no exagerar las cosas, de modo que los posibles visitantes que reclamamos no se sientan defraudados.

Para mí, Asturias no es ningún paraíso natural. Me parece una exageración. La Asturias transmontana a la que nos referimos tuvo su origen en uno de esos arrebatos de la naturaleza ocurridos hace millones de años. Así, han surgido esos elevados montes y esos valles profundos, que pueden resultar bellos, pero que al mismo tiempo han dificultado la construcción de carreteras y ferrocarriles, y que nos han mantenido aislados entre nosotros mismos y con el resto de España, impidiendo que la cultura, el arte y el progreso en general llegasen a nuestra región. A mí concretamente siempre me ha gustado más lo útil que lo supuestamente bello.

Me gusta el verdor de nuestro suelo. En cambio no me gustan las nubes y las nieblas que no sólo impiden ver el sol, sino encontrar el lugar adecuado para construir un aeropuerto.

Tampoco me gustan las lluvias tan generalizadas y las frías aguas del Cantábrico, que a veces se rebelan contra nosotros causando serios destrozos.

Pero no es sólo la naturaleza la que de algún modo hace desagradable esta tierra. Los asturianos hemos sido a lo largo de la historia los verdaderos causantes de que las cosas no hayan funcionado mejor en la región.

Si cruzamos Asturias de Oriente a Occidente lo que vemos es infinidad de edificios: casas, cuadras, tendejones y hórreos medio derruidos, distribuidos por todo el territorio sin criterio racional alguno, construidos de cualquier modo, rodeados de minifundios, en muchos casos llenos de maleza y sin productividad ninguna, que impiden un desarrollo agrícola y ganadero serio como existe en otras zonas de Europa.

Los montes son grandes extensiones vacías o llenas de maleza, en algunos casos con árboles de escasa calidad.

No veo por ninguna parte esas pomaradas de las que tanto hablamos. Hace dos años un consuegro mío de nacionalidad francesa llegó a Asturias y nada más entrar dijo: «¿Dónde están las pomaradas?». Mi hijo le respondió hábilmente: «La autopista impide verlas». Yo mismo he viajado por Francia, pero la autopista no me ha impedido ver esas grandes extensiones perfectamente cultivadas y llenas de todo tipo de árboles productivos.

Sí. Abundan los ríos, que bajan demasiado sucios y cuyas aguas apenas tienen utilidad alguna.

En fin. Tengo la esperanza, aunque cada vez más lejana, de que alguien convoque con urgencia una «sextaferia» a la que todos los asturianos de un modo u otro podamos acudir para poner orden y dar trabajo, a ver si así conseguimos que esta tierra sea un día un auténtico paraíso natural.

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