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Fraga, franquismo y democracia

8 de Febrero del 2012 - Antonio de Pedro Fernández (Cangas de Onís)

El fallecimiento de un hombre público, máxime si ha ocupado posiciones fundamentales en la vida institucional y social de un país, como es el caso de don Manuel Fraga Iribarne, requiere del análisis político de su trayectoria pública, sin desmedro del respeto a su persona.

Manuel Fraga Iribarne, recientemente fallecido, ocupará, sin duda, los análisis políticos durante mucho tiempo y su larga vida, tan larga como el franquismo y sus secuelas, será objeto de los estudiosos de nuestra historia contemporánea. Fraga fue, desde su temprana militancia política en los sectores de la derecha más rancia hasta su postrera actuación pública, un epígono de la derecha autoritaria, represiva y antidemocrática primero y, después, factor y actor de la derecha acomodaticia y «democrática» a fortiori. Fraga reunía, admirablemente compatibilizado, el saber brillante de un jurista sólido con el instinto insaciable de la imposición ideológica de su concepción reaccionaria de la sociedad. No caben etapas o cambios ideológicos en su trayectoria vital, fue siempre el mismo: un ingente animal político de la derecha española más reaccionaria, que se supo acomodar, situarse, en las circunstancias temporales que le tocó vivir. Sólo hubo matices, reacomodos, en su devenir político. Nunca fue un demócrata; fue un franquista que intentó salvar los valores del autoritarismo tradicional en una sociedad cambiante.

Hoy, cuando su cuerpo yace en su tierra gallega, las voces de las componendas políticas ensalzan su papel, su rol, como uno de los padres de la democracia y sólo de pasadas se citan los hechos más oscuros de su quehacer político.

España tiene la singularidad de que aquéllos que se sublevaron contra un régimen democrático, propiciaron una cruenta guerra civil e instauraron una feroz dictadura con más de 40 años, desaparecida solamente con la muerte del dictador, a ninguno de sus promotores, actores y valedores se le ha exigido la más mínima responsabilidad. Ello ha sido así no por casualidad ni por bondad intrínseca de la sociedad española, ha sido gestado por mor de una transición pretendidamente presentada como el cierre, el punto final del enfrentamiento entre españoles. En aquel momento sobre la ruptura se impusieron los cabildeos de las cúpulas del régimen y de la izquierda. La verdad es que la transición no cerró nada, no fue punto final de nada; mejor dicho, cerró en falso la sublevación franquista, la guerra civil, la dictadura y sus secuelas. La acomodación de unos, el cansancio del exilio, la clandestinidad y el miedo a una nueva guerra de otros primaron sobre la exigencia de responsabilidades, todo ello basado en una ilusa concepción de la reconciliación democrática, sin verdugos ni víctimas, en la sociedad española, La Transición no abrió las puertas a la superación del franquismo y a la satisfacción de los injustamente tratados; la Transición dejó vivo el franquismo, le permitió disfrazarse, cambiar de traje. Los hombres, particularmente los representantes del «tardofranquismo», se vistieron con el traje democrático; eso sí, por «una democracia con orden y autoridad», de ahí que nunca condenaran ni el llamado alzamiento nacional ni la dictadura, impusieron, sí, sus símbolos y amordazaron la rebeldía de un pueblo ultrajado y cansado.

Dentro del contexto precedente hay que situar la figura de Manuel Fraga Iribarne. Es más, pienso que Fraga nunca creyó en la democracia, creía, en el mejor de los casos, en un régimen autoritario de carta otorgada. Nunca dio muestras, ni siquiera por considerarlo un error, de pesar por aquellos hechos y actos de los que fuera actor principal, valga citar, a guisa de ejemplo, Vitoria, Montejurra, casos Enrique Ruano y Julián Grimau, entre otros muchos.

Sus correligionarios y muchos de los otrora sus víctimas hoy lo loan como padre de la Constitución y factor insustituible de la democracia presente. Ciertamente fue indispensable para que la Constitución no fuera más allá de garantizar la seguridad de las vidas y haciendas de los causahabientes del franquismo. Irán desapareciendo físicamente los últimos epígonos del franquismo, pero éste no habrá desaparecido del todo, mientras en este sufrido país la memoria no haya reivindicado su lugar en la Historia.

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