Luna menguante

30 de Enero del 2012 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Camps no ha logrado demostrar que se pagó sus trajes. La acusación no pudo demostrar que se los hayan regalado. Y como todo el mundo es bueno mientras no se demuestre lo contrario, el jurado lo declara no culpable por falta de pruebas. Perdida judicialmente la primera posición, la estrategia inculpatoria se repliega ahora a la base del infundio infamante: lo de los trajes era la punta del iceberg, a Camps se le llevó a los tribunales por lo que había detrás.

Lo que se da a entender que había detrás, el iceberg, es obviamente la trama Gürtel. Ahora bien, la inculpación por el hipotético cohecho de los trajes demuestra precisamente, a contrario, que la trama PSOE, fiscalía y policía, dirigida por un tal Garzón mano a mano con un tal Bermejo, después de haber escuchado, escaneado, radigrafiado y ecografiado al presidente Camps, no encontró bocado de mayor enjundia que llevarse a la boca que el asunto de los tristes trajes. ¿Alguien duda que si hubiesen pillado a Camps metido de hoz y coz en lo de Gürtel no hubiesen ido a por él directamente, sin el ridículo y azaroso rodeo por las sastrerías y los sastres?

Sencillamente no había más cera que la que ardía (o la que hicieron arder), y les salió el tiro por la culata; cosa que ocurre en las mejores cacerías (que se lo pregunten al difunto Fraga). Lo de Gürtel tiene sin duda las proporciones de un iceberg de envergadura. Poca cosa, sin embargo, en comparación con la corrupción austral, esa Antártida de la Junta de Andalucía a la que la opinión socialista sigue tratando con la misma benevolencia que merecería una reserva de osos polares y pingüinos.

Ahí queda retratada la farisaica hipocresía progresista, obstinada en limpiar el mosquito de los trajes mientras traga, según van llegando por caravanas, los camellos de los EREs andaluces. Si Camps aceptó regalos de sujetos poco frecuentables, demostraría con ello ser un pardillo; cosa bien diferente de ser un criminal. Si a un político lo pillan conduciendo a 120 donde marca 110, paga la multa y en paz; sería hipócrita rasgarse las vestiduras pidiendo su dimisión. Forma parte del esperpento esta obstinación en destruir a Camps pisándole el juanete de los trajes cuando lo podrían haber agarrado por el tendón de Aquiles de una gestión financiera, al parecer, ruinosa.

Añádase al esperpento una judicatura enredada en la bizantina figura del cohecho impropio, cuando el panorama político es un mar de tiburones que campan por sus respetos. Conmovedora la escena final del juez alermado, reclamando la intervención del Séptimo de Caballería cuando la sala aplaude el veredicto. He escrito alermado (no me pongan alarmado) porque este juez y parte (de cuyo nombre ni puedo ni quiero acordarme) fue jefe de gabinete de Joan Lerma, presidente socialista de la Comunidad Valenciana allá por los remotos años 80; y que ahí sigue, aparcado en el Senado, viviendo opíparamente del la sopa boba de la política. La guinda del pastel la pone Luna, el minúsculo líder de un residual PSV, ese Largo-Caballerista más bien corto, cuando declara: El esfuerzo valió la pena, hemos acabado con la carrera política de Francisco Camps (fin de cita). De eso solo se trataba. Por si alguien no se había enterado.

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