La felicidad

8 de Febrero del 2012 - José Antonio Coppen Fernández

Subtítulo:El valor de las pequeñas cosas

En la senda del vivir, más que mirar hacia atrás es recomendable caminar para avanzar y anhelar, siempre con el ánimo de buscar la felicidad –concepto abstracto donde los haya–, por lo que ni mucho menos pretendemos definirlo, sino darle su justo valor para su disfrute en la medida de lo posible y sentirla dentro de nosotros mismos. No debemos engañarnos, el bienestar no conlleva felicidad, aunque claro que contribuye; también en bastantes ocasiones, todo hay que decirlo, la trunca. Por ello, hemos de establecer la diferencia entre un estado y otro. Al bienestar se llega a través del consumo, mientras que la felicidad viene en esencia del desarrollo personal a través de la evolución y cambio psicológico, por eso sólo podemos encontrarla dentro de nosotros mismos, no debemos perder el tiempo buscándola fuera.

Para que no se produzca el vacío existencial, es de vital importancia cultivar los estímulos y, al propio tiempo, combatir la vida monacal mediante las relaciones sociales, desterrando la frialdad de ánimo, como si nada nos importara. En este punto recomendable es controlar las provocaciones e injurias, de las que nadie se libra; el silencio y la indiferencia o, incluso, si tercia, que puede terciar, aplicando el sentido del humor, son las reacciones más rentables. Una de las mayores satisfacciones que nos proporciona la felicidad es ser sus propios causantes. Es éste un estado que no se produce por grandes y favorables acontecimientos, ¡aviados íbamos! Son las pequeñas cosas de cada día las que, de forma cotidiana y sencilla, nos acercan al reino de la felicidad. Lo que ocurre es que no nos damos cuenta, y no las valoramos.

Ahora bien, si no existen inquietudes y proyectos de futuro, no es posible alcanzar un álgido estado de ánimo que nos aproxime a la felicidad. Y es que de ahí emanan las ilusiones y objetivos, y sin ilusiones se ahuyenta la felicidad, y no parece que la vida tenga mucho sentido. Al tiempo que se corta el cordón umbilical a los recién nacidos, deberían esculpirles en la frente la siguiente sentencia: «Vale más ser que tener». No podemos obviar que ese estado idílico también está condicionado a los avatares de la vida, así como a la personalidad de cada individuo. Son incompatibles con la felicidad el egoísmo, la soberbia y la envidia; pero eso es harina de otro costal. Estos perfiles frustran la capacidad para convertirse en un ser humano objetivo. A la pregunta ¿quién es el hombre más feliz?, Goethe respondió con su proverbial clarividencia como sabio profundo: «El más feliz es aquél que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera el propio».

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