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Insumisión a la manipulación

2 de Febrero del 2012 - Francisco M. Domínguez Menéndez (Avilés)

Para unos, la decisión de Cascos de disolver el Parlamento asturiano es un acto de valentía y responsabilidad política al que fue abocado tras quedar evidenciada en sede parlamentaria la alianza interesada y contranatural del PP-PSOE para hacer ingobernable nuestra región y provocar el hundimiento político de Foro. Para otros, el mismo episodio responde a la carencia histórica que tiene la derecha asturiana para conseguir pactos y, el personaje político, para llegar a acuerdos de gobernabilidad optando cobardemente por convocar nuevas elecciones en una coyuntura económica en la que el Principado de Asturias no está para gastos extraordinarios, más bien para pagas extra. Hasta aquí, las defensas y acusaciones que hacen los poderes parlamentarios y contrapoderes sociales, todos ellos con intereses grupales que antepusieron y anteponen de forma reiterada a las necesidades reales de empleo y protección del estado social en esta comunidad.

En nuestra región tenemos un diecinueve por ciento de parados y, hasta ahora, ninguno de los gobiernos ha diseñado fórmulas para aliviar tanta ruina y desgaste del tejido productivo y desarrollado estrategias para evitar que la mayoría de nuestros jóvenes universitarios tengan que buscarse la vida en otros lugares más propicios e interesados en la explotación de sus conocimientos pagados aquí con nuestros impuestos.

Tras la máscara dialéctica de los grupos de presión siempre se esconden objetivos inconfesables más motivados por asuntos propios que por el interés general; por eso, en este trance histórico, resulta imprescindible tener las ideas claras y no dejarnos embaucar por los cantos de sirena. Tengamos en cuenta la historia para no caer en los vicios del pasado y poder modificar con criterio el rumbo político de nuestra región, al margen de ideologías que no son otra cosa que velos políticos para esconder intereses personales. Los guardianes de la ideología somos el pueblo no los políticos y, nosotros, ese pueblo, estamos más cercanos unos de otros de lo que quieren hacernos creer porque vivimos motivados por intereses sociales comunes. Éstos, la clase política, se rigen por intereses privados y partidistas, que a fin de cuentas es la organización empresarial que les da empleo, que no trabajo.

Pero acompañando a la clase política están los mal denominados contrapoderes sociales, bien amamantados por los primeros y dispuestos, en contraprestación, a pagarles los favores: en unos casos sirviendo de freno a las posibles iniciativas populares y, en otros, metiéndonos el miedo en el cuerpo para sacar adelante leyes que representan retrocesos sociales en aras de evitar un mal mayor.

Los contratos basura alemanes -sin cobertura médica y bajo el subterfugio de reintegración en el mercado laboral-, llamados Mini-Jobs que legalizan la jornada de tres horas-, retribuidos con cuatrocientos euros mensuales ya azotan a siete millones de trabajadores en este país; pronto la idea ultraliberal y miserable de la señora Merkel llegará a España. Este es el proyecto que llevan nuestros gobernantes en la cartera: repartir miseria e inseguridad laboral y social a cambio de maquillar unas cifras de paro escandalosas; así todos contentos y los mercados encantados. Más adelante, cuando llegue la edad de jubilación, casi lindante con la muerte, nadie pasará del salario mínimo. Buena estrategia para mantener el sistema capitalista a costa de los de siempre.

Nadie debe orientar nuestro voto. Somos personas adultas con criterio y responsabilidad social como para saber lo que nos conviene. Lo que sí necesitamos son políticos de talla, no asalariados de la política y, sobretodo, tiempo de reflexión, no el de la jornada anterior a la del plebiscito sino todo el que nos da la propia convocatoria. Sería bueno, conveniente y hasta saludable obviar y marginar cualquier comentario político dirigido a influenciar en nuestra decisión electoral, provocando los cierres mitineros por falta de asistencia. Desde aquí quiero reivindicar la insumisión a la manipulación de la reflexión política ciudadana.

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